El estrés postraumático es un concepto occidental. En muchos países como Siria, Yemen y ahora Líbano, el trauma es constante..
Mientras Occidente celebra avances en la salud mental, millones de personas en países afectados por conflictos, desplazamientos y crisis humanitarias carecen de acceso a los servicios básicos de salud, mucho menos a apoyo psicológico. Las desigualdades estructurales, agravadas por las crisis económicas y sociales, resaltan cómo el bienestar emocional sigue siendo un lujo reservado para quienes viven en condiciones más estables, dejando atrás a los más vulnerables.
Desde Líbano hasta Venezuela, desde Ucrania hasta Yemen, el mundo se encuentra en un estado de crisis en el que no se había estado desde, por lo menos, la crisis afgana en 2001. Hay muchos países en los que se están desarrollando guerras, otros que enfrentan crisis alimentarias y económicas, y el saldo humanitario que está resultando de todo esto es desgarrador. En este contexto, resulta irónico que en octubre se celebre el Día de la Salud Mental en Occidente. Siempre hemos considerado que, en la misma medida en que se desarrollan los Objetivos de Desarrollo Sostenible propuestos por las Naciones Unidas, la salud mental avanza a la par. Sin embargo, este no está siendo el caso.
En el presente artículo, me gustaría hablar sobre cómo, en tiempos de crisis, el acceso a la salud mental se ha vuelto un privilegio condicionado por factores económicos, sociales y políticos, en los que se reflejan desigualdades estructurales que se exacerban por conflictos, desplazamientos y crisis económicas.
El acceso a la salud mental es un privilegio
Empecemos por desarrollar uno de los conceptos principales que nos lleva a esta
tesis: la pirámide de Maslow. Aquellos que estén familiarizados con la sociología, el marketing o la psicología no serán ajenos a este concepto. Esta pirámide describe cómo la autorrealización y el bienestar emocional, así como otros tipos de necesidades, están jerarquizados dentro de una pirámide, en la cual es primero más importante priorizar la supervivencia del individuo antes de pasar a la autorrealización, a través de una serie de procesos escalonados.
En ese sentido, valdría la pena preguntarse: hablamos de nuestros logros en salud mental, pero a su vez vivimos en uno de los picos más altos de depresión en el mundo. Un mundo que argumenta vivir en una neopax romana. Pero, ¿cómo podemos hablar de salud mental cuando la mayoría de los países que se encuentran en zonas de conflicto no pueden siquiera permitirse tener elementos de paz moldeables que sean asequibles para la mayoría de sus ciudadanos? Una persona que se encuentra en Beirut no tiene las mismas oportunidades de acceso a servicios de psicología que una persona en Lima, Buenos Aires o Washington. Desde aquí, hay una perspectiva sobre la cual es importante reconstruir.
¿Cómo podemos hablar de salud mental cuando la mayoría de los países que se encuentran en zonas de conflicto no pueden siquiera permitirse tener elementos de paz moldeables que sean asequibles para la mayoría de sus ciudadanos?
Aunque es cierto que hay países como México donde se han hecho esfuerzos para llevar servicios de salud mental a personas afectadas por la crisis del narcotráfico, lo cierto es que esta solución también presenta una falla estructural. Existe un trauma colectivo del que debemos hablar. La teoría del trauma psicológico nos proporciona mucho entendimiento sobre esto; es a través de esta teoría de donde surgen conceptos como el trastorno de estrés postraumático, por ejemplo. Pero, como dijo una famosa psicóloga palestina, el estrés postraumático es un concepto occidental. En muchos países como Siria, Yemen y ahora Líbano, el trauma es constante. ¿Cómo se puede hablar, entonces, de estrés postraumático si el estilo de vida al que está acostumbrado el individuo tiene una dosis de trauma frecuente?
No existe salud mental en lugares de desplazamiento
Y esto no se reduce solo a la salud mental relacionada con vivir en un lugar de crisis, que puede ser asediado como sucede en Gaza, o estar en frecuentes bombardeos como ocurre ahora en Sidón o Tiro, sino que también se relaciona con los lugares de desplazamiento. Recientemente, debido a la crisis en Líbano, más de medio millón de personas se desplazaron desde el Valle de Bekaa hacia Siria, y sin embargo, estas personas no tienen acceso a servicios de salud básicos. ¿Cómo se puede hablar, entonces, de que estas personas puedan tener acceso a servicios de salud relacionados con su salud mental?
Hay un costo-beneficio que se debe solventar aquí, y que tiene que dejar de usarse como herramienta política.
Hay un costo-beneficio que se debe solventar aquí, y que tiene que dejar de usarse como herramienta política. Solo en la medida en que logremos conseguir estos elementos para nosotros y para quienes lo necesitan, evitaremos una segunda crisis de salud mental. Ya de por sí, en Latinoamérica, a causa de los estragos que han dejado los distintos conflictos armados internos desde el auge de la Operación Cóndor, una de cada tres personas padece algún tipo de enfermedad mental. No queremos que otros países tengan esas estadísticas, pero la formación de nuevas estadísticas y la creación de mejores condiciones dependerán de cómo enfrentemos una nueva crisis de salud mental en el futuro y de cómo afrontemos la crisis humanitaria presente
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