Protesta, conflicto o violencia ¿Cómo entender las marchas en el Perú?
- Angélica Callirgos
- 19 jul 2023
- 6 Min. de lectura
A propósito de la reciente publicidad que recibe la tercera edición de la “Toma de Lima”, considero importante poder comprender más a fondo las implicancias de una protesta y ahondar de manera sencilla, aspectos clave para poder comprender este conflicto. No es nada fuera de lo común -dado los antecedentes políticos e históricos de nuestro país- que se creen descontentos sociales que terminan por dar paso a marchas y/o protestas. Los conflictos sociales existen de manera natural en la medida en que nos relacionamos con otras personas. Es muy común tener opiniones diferentes acerca de la manera de abordar un problema o qué decisión podría ser la mejor para solucionar un tema específico.

A propósito de la reciente publicidad que recibe la tercera edición de la “Toma de Lima”, considero importante poder comprender más a fondo las implicancias de una protesta y ahondar de manera sencilla, aspectos clave para poder comprender este conflicto. No es nada fuera de lo común -dado los antecedentes políticos e históricos de nuestro país- que se creen descontentos sociales que terminan por dar paso a marchas y/o protestas. Los conflictos sociales existen de manera natural en la medida en que nos relacionamos con otras personas. Es muy común tener opiniones diferentes acerca de la manera de abordar un problema o de qué decisión podría ser la mejor para solucionar un tema específico. Un conflicto surge ante una situación en la que dos o más partes perciben tener objetivos mutuamente incompatibles y lo exteriorizan de manera pública. Todo conflicto inicia con un problema; en el momento que se hace público y se responde ,es decir, en el momento en el cual se muestra incompatibilidad,se vuelve una disputa. En la medida en la que se van tomando acciones, esto genera que escale el conflicto y exista la posibilidad de llegar a una crisis.
Cuando se trata de un conflicto social, este es manifestado a través de un movimiento colectivo, es decir, una protesta. Definir si estas cuentan con motivaciones legítimas para llevarse a cabo, o si se trata de una “cortina de humo” para esconder alguna teoria conspiracional, está de más. Lo que vale finalmente la pena, más allá de las críticas que implica, es poder entender la anatomía de dicho conflicto y resaltar que hablar de estas no supone aceptar la violencia. La aparición de un conflicto saca a la luz una serie de problemáticas, no solo aquellas que son denunciadas por los manifestantes, sino también una serie de deficiencias y estigmas que surgen acerca de los participantes. Queda claro que la violencia dentro de una protesta no debería ser aceptada ni celebrada bajo ninguna circunstancia, no obstante, es una realidad que sucede durante los peores momentos de crisis de un conflicto. En el momento donde las demandas no son escuchadas y la respuesta del Estado se vuelve deficiente y lejana, es mucho más sencillo que los manifestantes acudan a formas violentas para demostrar sus necesidades. Por ello, es fundamental el rol del ejecutivo y los gobiernos subnacionales (como los gobiernos regionales y municipales) para poder manejar estas situaciones de crisis.
La violencia se vuelve rápidamente en una característica utilizada para desmerecer los descontentos sociales que buscan ser difundidos a partir de una protesta, no obstante, el foco de los conflictos sociales es utilizado muchas veces con otros fines. No sería ilógico pensar que también existen motivaciones políticas que llevan a los partidos de nuestro país a apoyar las causas que surgen con la aparición de conflictos sociales. De esta manera, se asegura un voto, la retribución por el apoyo del momento o se crea una falsa imagen social. Un siguiente punto que es importante poder abordar para tratar acerca de los conflictos sociales es la comprensión de las protestas dentro de nuestro marco normativo y el fenómeno de criminalización que estas sufren. Si bien nuestra Constitución no reconoce este como un derecho, debemos resaltar que no necesariamente debe estar reconocido, pues puede ser tratado dentro de los derechos innominados. El caso del derecho a la protesta surge de la interpretación de los jueces acerca de otros derechos, y es reconocido de forma implícita en la Constitución de 1993 y en los tratados de derechos humanos que el Perú ha suscrito.
Teniendo en cuenta lo anterior, aterricemos en la actualidad de nuestro país y los conflictos latentes. En primer lugar, considero que los conflictos en nuestro país son multicausales, no podemos definir una causa clara y concreta, sino una serie de causas que convergen y “aprovechan” el foco que atrae una protesta para poder hacer reclamos –no todos legítimos– con el fin de ser escuchados. Podemos añadir además que estos factores se encuentran tan normalizados que se convierten en un descontento frente a la realidad de una comunidad, región o grupo social. Estos se encuentran presentes de manera permanente y rebrotan con hechos concretos que reflejan que son desatendidos por parte de una autoridad. A ello podemos sumarle diversos factores importantes para el desencadenamiento de un conflicto social: la falta de capacidad de mediación por debilidad de los partidos políticos, la frágil institucionalidad estatal y el conflicto intercultural.
Sobre los partidos políticos, este es un tema que podría requerir de un análisis más complejo que ahonde en las causas del debilitamiento de la representación en nuestro país; a pesar de ello, podemos destacar que un partido debe ser representativo de una comunidad o sector. Si bien es necesario que tengan intereses, es fundamental que los comuniquen y que estos puedan conectar con las necesidades de sus representados. Por otro lado, la endeble institucionalidad estatal en todos sus niveles (nacional, regional y local) genera un sentido de descuido para un gran sector de la población, pues el ejecutivo no está presente en todas las zonas del país. Finalmente, el conflicto intercultural es también un factor que muchas veces no viene a consideración, a pesar de ello, las diferentes matrices culturales, concepciones y valores generan opiniones contrapuestas frente a una misma problemática. Si bien las causas descritas anteriormente solo son las más fáciles de identificar, reiteramos que no son las únicas con la capacidad de crear un descontento social de tal magnitud que permita el estallido de una crisis nacional.
Entonces, ¿qué podemos hacer ante el estallido de un conflicto?
Es primordial poder conocer que una pieza clave en la solución de un conflicto es la reacción de las partes y en qué medida estas se encuentran dispuestas a buscar una solución. Si bien sería ideal prevenir estos descontentos sociales, la realidad se desarrolla de manera compleja, haciendo imposible evitar el desarrollo de dichas situaciones. En todo caso, es importante evitar que estos conflictos terminen por convertirse en una crisis o, por el contrario, entren en un periodo de latencia que los vuelva susceptibles a reactivarse dadas las condiciones coyunturales. En principio es importante el rol de los veladores del orden público (aquellos que acompañan el conflicto, por ejemplo el estado a travpes de la policía), los terceros imparciales (aquellos que cuentan con reconocimiento por las partes) y la pieza clave: los actores primarios dentro de un conflicto, quienes se enfrentan entre sí y buscan alcanzar un objetivo. Existen diversas formas en las que se podría buscar una solución a los conflictos, a pesar de ello, no todos estos medios se adaptan a la situación que vivimos actualmente. Lo primordial sería poder reconciliar intereses; esto permite un acercamiento entre las partes para poder comprender sus necesidades. Si existe una cooperación se podría poner fin al conflicto, sin embargo, esto se encuentra dentro de una realidad alejada de lo que vivimos hoy en día.
Tanto el Estado como los manifestantes no se encuentran preparados para poder conciliar intereses y mucho menos lograr un acuerdo. Las demandas son concluyentes, según señalan muchos de los manifestantes, a pesar de que no todos comparten la misma filosofía. Ello demuestra otro rasgo especial de las manifestaciones en nuestro país: no se trata de movimientos articulados, sino de grupos o comunidades que encuentran en la manifestación una forma de exteriorizar su descontento y que muchas veces no comparten los mismos intereses con aquellos que se encuentran en las calles. Podríamos hablar de medios alternativos de resolución de conflictos o intentar analizar cuál será el siguiente paso de una manifestación, pero considero que cada vez nos alejamos más de poder encontrar una respuesta proporcional a las demandas sociales. Las heridas se profundizan de tal manera que se aleja la posibilidad de poder encontrar una solución inmediata y mientras ello no ocurre, los estigmas, discriminación, criminalización y violencia crecen. Es esencial la intervención de un grupo, persona o actor capaz de mediar, escuchar y poder traducir las necesidades de la población; todo ello sin ceder a las presiones de demandas idealizadas o que, al cumplirlas, se afecte la esencia del Estado. En efecto, llegar a un punto medio es complejo, pero no imposible si lo que se busca es asegurar el bien común y una futura armonía social.
Comentarios