¿Censura o coherencia?: La PUCP y el caso Essentia
- Christian Lavi
- 3 jul
- 11 Min. de lectura
La tensión política que experimentan diversos sectores de la ciudadanía organizada en nuestro país se manifiesta con particular intensidad en el que constituye, por excelencia, el espacio más elemental de expresión académica e intelectual: la universidad. Los lamentables sucesos ocurridos recientemente han demostrado, además, que en torno a este fenómeno persiste una concepción errada sobre el alcance de la libertad de expresión, así como de las responsabilidades que corresponden a quienes procuran ejercer este derecho.
Por ello, el presente artículo no tiene por objetivo debatir al respecto de una causa política, ni el defender en su escrutinio a la institución universitaria (la Pontificia Universidad Católica del Perú) que se posicionó como escenario y partícipe de la reciente controversia con la agrupación Essentia PUCP, el alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, y el directivo de ILAD, Miklós Lukács de Perény. Por el contrario, pretendemos aproximarnos a esta cuestión de manera académica mediante un análisis exhaustivo considerando postulados de destacados escritores, politólogos y filósofos que permitirán desarrollar un análisis crítico respecto del sentido de la libertad de expresión, la responsabilidad de los actores y la institución universitaria.
1. El derecho a hablar vs. el derecho a ser escuchado

En primer lugar, cabe establecer una distinción fundamental: no es lo mismo ejercer la libertad de expresión que ostentar el derecho a disponer de un espacio institucional para manifestarse. El filósofo neozelandés, Waldron (2012), sostiene que la libertad de expresión no constituye un derecho positivo que implique necesariamente ser amplificado o legitimado por una institución. Una persona, por lo tanto, puede tener el derecho a proclamar una idea sin tener el derecho a contar, en este caso, con un foro universitario o espacio institucional que le avale. El discurso público requiere de las instituciones deberes curatoriales donde las voces que se fomenten, comulguen con su misión y valores en tanto que ofrecer un espacio implica tácitamente una legitimidad simbólica a la persona a la que se le concede. Como señala Waldron (2012), lo que garantiza la libertad de expresión es no ser perseguido penalmente. Es decir, gozar de libertad de expresión no implica que toda voz deba ser acogida por espacios formativos, especialmente cuando estos tienen una misión ética y educativa que preservar. El derecho a hablar no se traduce automáticamente en el derecho a ocupar una tribuna legitimadora.
El problema puede ser complejizado aún más si se toma en consideración las extensiones filosóficas del espacio público. Butler (2015) señala que no solo ha de tenerse en consideración el derecho a expresarse, sino la lucha subyacente sobre el derecho a aparecer en el espacio público, aquel que se configura como una arena que entrecruza la visibilidad, el reconocimiento y la presencia encarnada. No implica, por lo mismo, que toda presencia tenga la misma legitimidad institucional. Una comunidad, como lo es el espacio universitario, tiene la facultad de impugnar legítimamente una postura si esta es contradictoria sobre el propio derecho colectivo a existir y expresarse sin ser amenazada. Butler (2015) es tajante al sostener que el derecho a hablar se confronta con el derecho de otros a ser reconocidos y no ser desplazados por discursos que los niegan.

Considerar con atención estas palabras presupone entender el historial de los personajes tratados y al que implícitamente se hace referencia, que ha quedado bien documentado en los medios, y con el que interactuamos más adelante en este artículo. Por ahora, basta para este análisis quedarse con esta idea: la negativa de una universidad a acoger ciertos discursos no necesariamente configura censura. En ese sentido, las perspectivas de Waldron y Butler son solemnes al declarar apropiadamente que proteger el entorno cívico implica regular qué voces son legitimadas.
A propósito, permítaseme enfatizar que la regulación de estas voces dentro del espacio universitario es plena facultad de la administración. Por lo que bien valdría preguntarse, adicionalmente, si configura como “censura” el impedir una presentación en un campus universitario si esta fue programada por una agrupación sin respaldo institucional amplio. Un respaldo institucional que, no está demás, es relativo tanto al ente central como a la comunidad organizada en su conjunto.
2. El antecedente de los discursos ofensivos contra la PUCP
Mucho se ha dicho sobre la tolerancia en el atropello debate que se ha generado a raíz de los hechos ocurridos. No obstante, centrándonos brevemente en las opiniones del actual alcalde de Lima, basta de ejemplo recordar su postura claramente en contra del aborto terapéutico, sus declaraciones nostálgicas al respecto de la “época del caucho” en la selva peruana —periodo que, incluso bajo el escrutinio más indulgente, ha sido duramente criticado por las graves violaciones a los derechos humanos y a la dignidad de las comunidades nativas desplazadas y explotadas—, además de la calificación de quien en vida fue el papa Francisco como “socialista” —en evidente contradicción interna y con sus discursos anteriores, señalando en múltiples oportunidades que la izquierda genera "odio, violencia y asesinatos", y cerrándose a la pluralidad de posiciones ideológicas— en una entrevista mientras visitaba la República Argentina.
La posición del directivo de ILAD, Miklós Lukács, no es menos polémica, y bastaría con mencionar que recientemente no se rodeó de sutilezas al llamar “imbéciles” a todos los egresados de la Pontificia Universidad Católica. Los anteriores hechos mencionados han sido extensamente recogidos por numerosos medios periodísticos y se encuentran registrados en plataformas digitales, por lo mismo, no se trata de malas interpretaciones maliciosas o una estrategia de cherry picking, sino muestras de discursos que transversalmente han seguido la carrera política de ambos personajes.
Recogida esa salvedad, y manteniéndonos dentro de lo establecido, cabría apelar a la razón y realizar la siguiente interrogante para el escrutinio público: ¿Puede una institución invitar o legitimar institucionalmente a personas que la ha denigrado públicamente y se encuentra en intransigente oposición con su perspectiva de formación ética y académica? La hipotética respuesta a esta cuestión no es relativa al terreno de esta discusión, pero es legítimo afirmar que no se trata de un juicio moral, sino de coherencia institucional y sentido común político de la comunidad en su conjunto.

3. Las dinámicas de provocación calculada y victimismo estratégico
Es prudente mencionar ahora las temáticas e intenciones que los discursos que le han seguido a la polémica buscan generar en el público. El lector consentirá que en este punto hagamos referencia al ya viciado discurso de “nos censuran”, con el propósito de analizarlo y entenderlo en la complejidad de las intenciones que guarda detrás (o al menos pareciera, en paralelo, guardar), partiendo de la premisa clara de que este discurso responde a una estrategia muy conocida de algunos sectores: provocar reacciones predecibles y luego presentarse como víctimas.
El filósofo canadiense, Stanley (2018), desarrolla ampliamente esta idea señalando que, figuras principalmente de posiciones de extrema derecha, y con gran visibilidad mediática, se presentan como víctimas de una supuesta censura progresista, cuando en realidad dominan o están integradas en espacios de poder informativo. Bastaría atender minuciosamente a la realidad para encontrar el paralelo con las figuras que discutimos. Lukacs y López Aliaga, a pesar de su amplia plataforma (medios, redes, financiamiento), se presentan como silenciados o perseguidos por el “pensamiento único”, construyendo una imagen falsa de marginalidad que en realidad busca reforzar su centralidad política y simbólica.
Stanley (2018) coadyuva su perspectiva, con respecto al rigor académico y las declaraciones que le han seguido a la presente controversia, señalando que el objetivo no siempre es “convencer”, sino desgastar el espacio público con narrativas que dividen, polarizan y hacen inútil la deliberación. Si bien hubiese sido factible y hasta habría calado hondamente en el imaginario público argumentar que la exposición en cuestión estaba exhaustivamente limitada al campo académico, las declaraciones que precedieron, y aún más, sucedieron al acontecimiento han demostrado que ambos personajes transcurren la arena política sin mayor consideración de este ámbito. Por el contrario, su campaña pareciera consistir en repetir slogans provocadores (antigénero, antiabortistas, antiliberales) que buscan incomodar o provocar a la audiencia, más que persuadirla mediante razonamiento.
4. La autonomía universitaria y la responsabilidad institucional
Hemos discutido ampliamente sobre los actores mediáticos principales de los recientes acontecimientos, pero ahora es menester discutir el papel de la universidad y su característica como ente legitimador simbólico de posturas. Además, dado que el natural argumento para la discusión de estos aspectos evidentemente éticos podría aterrizar en el clásico discurso proteccionista —¿hasta qué punto una universidad privada como la PUCP debe brindar apertura a todas las posturas?—, incluso fuera de la propia universidad, es propicio debatir sobre la responsabilidad de una institución de este tipo en tanto actor de la esfera pública.

Se ha hecho oportunamente referencia al deber curatorial que la universidad como entidad de legitimación simbólica tiene, pero ahora es importante centrarnos en la misma en tanto institución formadora. Arendt (1961) en su obra Entre el pasado y el futuro, ensayo “La crisis en la educación”, concibe la educación como una responsabilidad frente al mundo común. Incluso una institución formalmente privada, como lo es universidad particular, participa activamente de lo público al formar criterio, sostener el juicio y preparar a nuevos ciudadanos para intervenir en el mundo compartido. Por lo tanto, lo que se enseña, se permite o se valida dentro de ella tiene efectos públicos inevitables.
Una universidad no puede escudarse en su autonomía para desligarse de la discusión de los temas de actualidad, así como no puede divorciarse de su rol activo en la esfera pública, como espacio de formación en las dimensiones que hemos señalado, y limitarse a la mera transmisión del conocimiento técnico. Esta responsabilidad, que, como se ha señalado antes, recae institucionalmente tanto en la administración como en los miembros de la comunidad universitaria, adquiere especial relevancia si consideramos que el prestigio académico implica una deliberación ética previa sobre a quién se invita y por qué.
Conviene insistir en este punto, y al mismo tiempo es pertinente recalcar que, como institución, la PUCP tiene el derecho y el deber de velar por su perfil académico, su prestigio y sus principios. En tanto agente de legitimación simbólica, es posible argumentar que tampoco se encuentra obligada a avalar discursos que contradicen su misión formativa, ética y crítica. Tal como señaló Karl Popper en su célebre formulación de la paradoja de la tolerancia, una sociedad que tolera lo intolerante —sin discernimiento ético ni límites racionales— corre el peligroso riesgo de ver anulada su propia capacidad de deliberación y libertad. En ese sentido, el campus universitario no es, en strictu sensu, una plaza pública indiscriminada o per se la esfera pública, sino un espacio de formación crítica, donde la apertura intelectual va de la mano con la responsabilidad ética de preservar condiciones básicas de respeto y razonabilidad discursiva.
5. El problema de Essentia PUCP y la representatividad estudiantil
Aterrizando en el terreno de las agrupaciones estudiantiles, vale analizar el rol que ha desempeñado Essentia PUCP alrededor de los eventos acaecidos. Por lo mismo, también debemos detenernos en una evaluación de nuestro presente más inmediato, sobre las tensiones que ha generado la agrupación particularmente con discursos que ya se perfilaban como provocadores incluso durante la misma controversia. Con esto buscamos dar luces sobre nuestro punto alrededor de la libertad y responsabilidades reales de las agrupaciones estudiantiles.

En cuanto al respaldo, el lector podrá intuir una pregunta inevitable: ¿tenía Essentia legitimidad para representar al estudiantado al organizar un evento de tal sensibilidad? Esta interrogante no es menor, pues remite a lo ya expuesto sobre la función del espacio universitario y la imposibilidad de asumirlo como un foro neutral. Una representación no puede reducirse simplemente al interés de quienes participan o convocan. Establecida esta premisa, conviene recordar que Essentia carga con un historial de comentarios misóginos difundidos en sus redes sociales, entre ellos una publicación que, como quedó registrado, fue retirada tras la presión de la comunidad universitaria. Por ello, aunque no hubiese un rechazo explícito y generalizado, era razonable sospechar de la agenda política que subyace a su narrativa.
De ello se desprende el siguiente corolario: las agrupaciones tienen libertad, pero también deben asumir las consecuencias de sus decisiones, especialmente cuando generan tensiones dentro de la comunidad. No se trata de intentos fallidos de resistir a un “centro de adoctrinamiento” si lo que se busca más bien es activamente persistir en discursos intolerantes frente a la miríada de voces que congrega la universidad. En adición, las declaraciones expuestas en la más reciente rueda de prensa por un representante de Essentia al respecto del tema, más que un acto de defensa, si se toma en cuenta el historial y los numerosos pasos en falso que le precedieron, puede interpretarse como un ejemplo de inmadurez política y, la situación en general, como una búsqueda de provocación más que de diálogo.
En ese sentido, también es pertinente preguntarnos, a partir de esta última afirmación, y si acaso fuese el escenario, sobre si la intención real era dialogar o generar una reacción que se pudiera utilizar en medios, como forma de promocionar a las figuras invitadas como víctimas y a Essentia como una suerte de “resistencia” frente al séquito progresista —estrategia que ya desglosamos antes, pero ahora con Essentia como activo facilitador de la misma—.
6. ¿Es este un campus dominado por “progresistas”?
A modo de conclusión, y buscando una discusión más cercana al terreno de la dialéctica, resulta fundamental examinar el mito del pensamiento único en la universidad, y lo especialmente conflictivo, frívolo e imperioso que resulta su extensión.
En primer lugar, vale descartar la pueril narrativa que ha acompañado a este centro de estudios, y a muchos otros en el país durante largo tiempo en nuestra historia. Los falaces alegatos que se han proferido al respecto de doctrinas que pretenden imponerse se desbaratan ante las contradicciones expuestas en la cronología de los recientes acontecimientos. Para muestra un botón: Essentia tuvo la facultad de promocionar libremente su evento, y aún después de su cancelación, las invectivas dirigidas contra un sector considerable del estudiantado no le valieron sanción alguna, ni administrativa ni simbólica. Fuera de los previsibles altercados en redes sociales, la agrupación ha continuado existiendo con total normalidad y autonomía. Este hecho, lejos de confirmar la existencia de un pensamiento único, deja en evidencia la pluralidad efectiva que convive al interior del campus. La presencia de las agrupaciones de derecha en la universidad es tan antigua como la universidad misma, y por lo mismo, resulta palpable y flagrante que los hechos se tergiversen en favor de negar la existencia de espacios para el conservadurismo serio, académico, informado y respetuoso.
En esa misma línea, es menester cuestionar si acaso López Aliaga o Lukacs representan voces conservadoras, o son en realidad baluartes de los populismos que, bastaría un examen superficial de la actualidad, han ido por estos años en ascenso. A propósito, y en relación a nuestro punto anterior, es complicado evitar comparar las impugnaciones que le han seguido a la polémica con el reciente conflicto entre el presidente Donald Trump y la Universidad de Harvard. Es así que, cuando se objeta a las universidades como espacios “tomados por progresistas”, se suele buscar deslegitimar el pensamiento crítico desde una postura u otra. Los discursos que han justificado acciones en ambos escenarios son curiosamente parecidos, y si bien no nos permite más que conjeturar, bien habría de recordar que López Aliaga ha demostrado intensa simpatía con el programa y la figura de Trump.

Por lo mismo, es plausible afirmar que el evento, tomando en consideración que Essentia haya acatado las recomendación y requerimientos que se le impusieron por la naturaleza de la invitación, tampoco podría haber descansado netamente en el terreno académico por el intenso conato político que ambos personajes provocan —por lo mismo que ya argumentamos en párrafos anteriores— incluso con su presencia.
7. El futuro del diálogo real
Sin duda, esta situación puede ser analizada y estudiada desde distintas perspectivas por su recurrente aparición como arquetipo en el plano político y universitario a lo largo de todo el mundo, y en las más distintas épocas. De esta manera, comprendimos, basándonos en este suceso en particular, cómo funcionan los discursos extremistas y lo dañinos que resultan para lo avanzado en materia de representación y consecución de derechos. A partir de perspectivas de numerosos filósofos y un análisis completo de los hechos más relevantes, junto a sus actores particulares, argumentamos al respecto de los diversos fenómenos que se dieron cita durante la presente controversia. A modo de conclusión, también valdría recomendar de manera muy sucinta lo ya proclamado por múltiples teóricos y políticos actuales y pasados: el diálogo entre pares se funda en una ética del reconocimiento, donde la pluralidad de opiniones se respete en un marco conjunto de derecho y donde, naturalmente, la libertad para expresarse se suceda en un contexto que agrupe y contenga las perspectivas de los diferentes actores de la sociedad. Por consiguiente, la verdadera pluralidad académica exige rigor, no propaganda ni discursos simplistas.
REFERENCIAS:
1) Arendt, H. (1961). Entre el pasado y el futuro: Ocho ejercicios sobre la reflexión política (trad. M. Zulaika). Barcelona: Península.
2) Butler, J. (2015). Notas para una teoría performativa del ensamblaje (trad. J. Cruells & P. Malo). Buenos Aires: Paidós.
3) Stanley, J. (2018). Cómo funciona el fascismo: La política del “nosotros” y “ellos” (trad. M. Bixio). Barcelona: Ariel.
4) Waldron, J. (2012). The harm in hate speech. Cambridge, MA: Harvard University Press.y
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