Me temo que anunciar el fin de la inmovilización social no es la conclusión total de la actual problemática social del país sino el inicio o continuidad de un nuevo capítulo en la tragicomedia que viven y experimentan todos los peruanos y peruanas; en donde, además, el guionista del sombrero se esmera en que esta historia esté llena de inestabilidad y sujeta a cualquier situación de peligro.
El 4 de abril, cerca a media noche, el jefe de Estado anunciaba la inmovilización social por casi un día. La lectura del Decreto Supremo que impartió esta medida nos obliga, de forma sucinta, a concluir que en la disposición no se encuentran argumentos claros que la fundamenten. Existen, por lo tanto, blancos a los cuales atacar. El primero y más letal es que esta disposición marca una pauta autoritaria por parte del gobierno en su intento de reprimir las libertades fundamentales que, dentro de un Estado democrático, se deben respetar. El gobierno, en ese sentido, intentó estorbar el derecho a la protesta que le corresponde a cada ciudadano. Hoy, por ejemplo, el caricaturista Heduardo Rodríguez representa a este contexto a través de un símil entre el mensaje a la nación del 5 de abril de los años noventa en la época de la dinastía fujimorista y el anuncio del profesor. En la caricatura se lee "¡Disolver, disolver temporalmente al pueblo!".
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La medida, que fue descrita por expertos en materia constitucional como desproporcional, buscó, supuestamente, conservar el orden público frente a intentos de convulsión social. Desde el punto de vista jurídico, por un lado, la medida es abiertamente inconstitucional debido a que es excesiva. Esto, porque los hechos que la motivan no cumplen los requisitos para establecer una inmovilización social de esta naturaleza y porque restringen los derechos ya mencionados. Por otro lado, desde el punto de vista político, lo realizado por el mal asesorado presidente y quienes lo acompañan permite la posibilidad de los siguientes escenarios para el país: un nuevo intento de vacancia intencionado, paradójicamente, por el mandatario; la continuidad del descontento social y la posibilidad de una sociedad más anárquica; el fortalecimiento de quienes el presidente llama neoliberales, lo cual significa mayor confrontación política. En general, la continuidad del resquebrajamiento del sistema nacional en todas sus dimensiones (como salud mental producto de la crisis, para mencionar una de estas, por ejemplo).
Es dura y lamentable la realidad actual del país, pues el gobierno del pueblo no puede más con el pueblo. Un gobierno que anunciaba su llegada por democracia intentó realizar una transición al autoritarismo con medidas que restringen las libertades de sus gentes. “En resumen, hoy el Perú es organismo enfermo: donde se aplica el dedo brota pus”. Incluso escribir este artículo me es difícil porque fuera del extracto de realidad en el que me encuentro el país corre a una velocidad determinante y sin precedentes. Probablemente, mientras usted lea estas líneas una nueva crisis política se estará dando. Y si usted ha seguido estas líneas atentamente se dará cuenta que el escenario del país no es optimista. Me temo, también, que debo mencionar que las continuas crisis que atravesamos, sumado a la decadente clase política y una venidera que no promete cambio alguno salvo excepciones, es la fórmula que nos conducirá al autoritarismo y la radicalización del descontento social frente a los políticos, no a la política.
Por otro lado, las marchas en la capital y en otras regiones que se van sumando (aquellas pulcras y sin acciones de vandalismo como las ejercidas por La Resistencia, por ejemplo) exclaman la salida del presidente. Preveo que es complicado que el mandatario decida su salida de forma voluntaria. Amparándose siempre en la retórica vacía de la insoportable y muy desgastada palabra “pueblo” argumentará que las masas privilegiadas no soportan que un maestro sea jefe de la nación. En ese sentido, es más probable su salida a través del Congreso. El problema, sin embargo, es que este ejercicio por parte del legislativo estará sujeto a cuestionamientos, pues las facciones dentro de este ansían su salida para fines políticos propios. Sabemos a qué agrupaciones nos referimos.
Así mismo, muchos coincidimos que el presidente no está capacitado para ejercer el cargo. Ni él, ni contados personajes que se encuentran a su alrededor y en sus sombras. Pero también consideramos que la continuidad del actual Congreso de la República debe ser planteada. Lo ideal en este escenario, aunque cualquier salida parezca la peor, es un llamado a Elecciones Generales en todo el país y el continuo diálogo y gestión para la solución o apaciguamiento de los conflictos sociales que aún no cesan. El país es una caldera y pronto el fuego será incontrolable si a ella se suman más muertes producto de enfrentamientos o más incapacidad para gobernar.
El Perú, desde su fundación, surgió a partir de la crisis y, en tal sentido, nació quebrantado. Evidencia de ello, por ejemplo, es apelar a calificativos racistas para ejercer nuestras demandas. El intento desmesurado e interminable del Perú como sociedad, así, será el anhelo por ser una República, pero una república también se construye con memoria. No obstante, mientras más repetimos esta premisa más omitimos obedecer a la historia que sumergía y sumerge al país en la ruina.
Las líneas de este modesto artículo no prevén un cierre, pues todo afuera continúa su curso. Quema de vehículos, muertes, pérdidas de documentos en instituciones del Estado, enfrentamientos y un largo etcétera es la lista de consecuencias que va dejando estos días. El pesimismo es absoluto, pero la naturaleza del peruano le hace creer que el optimismo prevalece por sobre sus problemas en su sociedad. Esperemos que así sea.
Pronta solución a nuestros problemas y deseo de sentido común a quienes nos gobiernan, que esta crisis puede concluir en un país con peruanos sin castillo.
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