La reputación de nuestra universidad se ve directamente afectada por estas asociaciones constantes con la censura estudiantil y la falta de espacio para el pensamiento crítico. [...] ¿acaso deberíamos sorprendernos si la percepción empresarial se desploma año tras año? Una evidencia clara de este perjuicio es el ranking MERCO 2023, que nos relegó al puesto 31, un descenso significativo desde nuestro glorioso puesto 24 en el 2022. Sin libertad no hay estudiantes, solo espectadores, y con espectadores no hay universidad. Esta es nuestra realidad y nuestro desafío
Sebastián Imán
Estudiante de 6to ciclo de Relaciones Internacionales en PUCP |Representante ante la Asamblea Universitaria PUCP | Fundador de la Red AMBER |Director principal de ESSENTIA PUCP
Mientras escribo esto, las autoridades de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) aún no han respondido al ataque de un grupo de estudiantes que, con insultos, escupitajos y empujones, sabotearon un evento académico. Independientemente de nuestras opiniones sobre la ponencia o sus ideas, las imágenes de ese suceso me obligaron a cuestionar nuestra realidad en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). ¿Qué tan lejos estamos de dejar los megáfonos y pasar a las agresiones? ¿Qué rol tiene la autoridad rectoral en esto?
A puertas de unas elecciones rectorales que pueden marcar –o no– un punto de inflexión, debemos preguntarnos: ¿queremos una universidad donde estas agresiones “políticas” se repliquen y escalen? ¿Nos beneficia que nuestra universidad sea vista de esta forma en el mundo laboral? Aunque mucho se describe el escenario aludiendo a superficialidades, hay un paso básico que se está olvidando. ¿O es que prefieren ignorar lo esencial?
En las siguientes líneas, expondré cómo estas formas de censura impactan directamente en nuestra universidad y en cada uno de nosotros. Además, destacaré cómo la próxima elección rectoral no solo representa un momento crucial, sino también una oportunidad imperativa para restaurar la integridad académica que debe caracterizar a nuestra institución. Tengo como respaldo casos de alumnos, testimonios de autoridades vigentes y, para aquellos que duden de su veracidad, saben cómo contactarme.
Sin libertad no hay estudiantes, solo espectadores, y con espectadores no hay universidad. Esta es nuestra realidad y nuestro desafío.
En primer lugar, podría dedicar extensas líneas para citar los numerosos casos en los que nuestra universidad ha experimentado ponencias boicoteadas, hostigamiento en el aula, exclusiones arbitrarias y restricciones a la libertad de expresión, entre otras formas de intolerancia. Como estudiante y, ahora más como representante estudiantil, he sido testigo de cómo esto se ha normalizado, quedando oculta y ventilándose sólo en conversaciones privadas. Pero ¿Cómo afecta esta complacencia a la universidad? ¿Y a nosotros, como estudiantes? ¿Y cómo futuros egresados?
La reputación de nuestra universidad se ve directamente afectada por estas asociaciones constantes con la censura estudiantil y la falta de espacio para el pensamiento crítico. Si nuestra institución se vincula continuamente con noticias de ideologización y episodios de interferencia, ¿acaso deberíamos sorprendernos si la percepción empresarial se desploma año tras año? Una evidencia clara de este perjuicio es el ranking MERCO 2023, que nos relegó al puesto 31, un descenso significativo desde nuestro glorioso puesto 24 en el 2022.
Académicamente, los rankings internacionales pueden reconocer nuestra “excelencia” pero en un mundo que demanda más que solo habilidades académicas, ¿es eso suficiente? La gestión administrativa eficaz, una responsabilidad que recae directamente en el rectorado, y la clara defensa de la libertad de expresión son cruciales para nuestra percepción en el mercado laboral.
En segundo lugar, para aquellos escépticos de la repercusión general de la censura, les pareció una mirada fría y distante, les presento, a continuación, un efecto más específico, el estudiantado. Como “Representantes Estudiantiles”; es nuestra responsabilidad preservar el núcleo esencial de nuestra identidad universitaria. Ya que, con miedo a opinar distinto, ¿Qué somos? ¿Meros espectadores de un espectáculo donde las voces discordantes son calladas y los debates silenciados? Sin estudiantes activos, ¿Qué queda de una universidad? Solo un campus vacío de ideas y críticas.
Pensemos, quizás en el estudiante, que debe esconder su crucifijo porque algún profesor utiliza lo religioso como argumento descalificador. Este ambiente de miedo y autocensura no solo paraliza el pensamiento crítico, sino que también limita nuestra capacidad para salir de la caja, innovar y crecer intelectualmente. Es un ambiente tóxico, con un impacto devastador en nuestro desarrollo personal como estudiantes. Nos impide desarrollar un juicio crítico sólido y nos convierte en autómatas que repiten lo que se espera, en lugar de cuestionar y proponer nuevas ideas. ¿Qué tipo de profesionales seremos al egresar?
Y ahora, mientras nos preparamos para elegir al próximo rector, nos enfrentamos a una decisión crucial. ¿Qué necesitamos? ¿Un mudo, o un valiente? El próximo rector tiene la responsabilidad de velar por un ambiente universitario donde la censura no afecte ni condicione nuestro futuro profesional. Este líder debe ser capaz de crear políticas y espacios donde todas las voces puedan ser escuchadas y donde el pensamiento divergente sea valorado como una riqueza, no como una amenaza.
En fin, la universidad, desde sus orígenes, ha sido un crisol de diversidad, donde convergen distintos estratos sociales, económicos y étnicos. Es en esta pluralidad donde florecen los pensamientos más diversos, las ideas más innovadoras y los debates más enriquecedores. Pero ¿Qué ocurre cuándo las autoridades universitarias optan por ignorar la censura interna que socava este ambiente único? ¿O peor aún, cuando adoptan una postura complaciente hacia aquellos que perpetran tales actos?
Nosotros, como estudiantes, nos enfrentamos a una decisión trascendental. Porque el sello que nos acompaña, el legado que llevaremos con nosotros más allá de estas aulas, no se limita a un título académico. Se trata de la esencia misma de lo que significa ser estudiante de la PUCP en este momento, y lo que representará en nuestro futuro. Y con un presente tóxico para la libertad de ideas, ¿Qué nos espera?.
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