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La Llama doble es un ensayo escrito por Octavio Paz durante marzo y abril de 1993. Aunque el amor en sus escritos haya girado en torno a él desde la adolescencia y la intención de escribir este libro data desde 1965, no es sino en sus años finales de vida cuando decide materializar el tema. Paz, en 1944, pasa un año en Estados Unidos y a los 31 años es enviado a París por el Servicio Exterior Mexicano. Aquí, gracias al contacto con los surrealistas y otros intelectuales europeos, se aleja del marxismo. Octavio Paz fue premiado con el Premio Nobel en 1990 y es considerado uno de los autores más influyentes del siglo XX.
El amor y el erotismo se presenta aquí como dos entes que se complementan, refuerzan y condicionan entre ellos, y sostienen a la persona humana y sus actividades: “El fuego original y primordial, la sexualidad, levanta la llama roja del erotismo y esta, a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor. Erotismo y amor: la llama doble de la vida”. Podría hablarse de otros ensayos acerca del amor tan influyentes como El arte de amar de Erich Fromm o Estudios sobre el amor de Ortega y Gasset, pero creo que ninguno abarca y es tan ambicioso en la historia, la literatura, la ciencia y la política como el de Octavio Paz.
El ensayo desarrolla el tema en siete capítulos y una conclusión. En Los reinos del pan, intenta establecer las definiciones del amor, el sexo y el libertinaje. En Eros y Psiquis, acude al amor como ideología y se enfoca en la relación de este con el alma definido por Platón, continuado por el concepto de “amor cortés” durante el siglo XII y finalizada esta relación en el siglo XX con el amor moderno. El amor cortés para Octavio es, en pocas palabras, más noble y caballeresca que el amor moderno. En Prehistoria del amor, realiza un recuento histórico del amor como sentimiento desde la antigüedad acercándose a los primeros poemas y novelas. En La dama y la santa, analiza el legado del “amor cortés”, su relación entre este y las clases sociales, y el cómo se expandió la noción del amor cortés desde Provenza ―una antigua provincia cultural de Francia― hacia todas las civilizaciones del mundo a través de la poesía. En el quinto capítulo, Un sistema solar, propone cinco componentes antitéticos del amor que lo diferencian de las demás pasiones humanas ―la amistad, el erotismo, el poder―; estos componentes son la exclusividad, la transgresión, la dominación, la fatalidad/libertad y el cuerpo/alma. Por otro lado, El Lucero del alba y La plaza y la alcoba son dos capítulos que merecen ser reseñados en párrafo aparte por su trascendencia en la política, el siglo XX y la era moderna.
El lucero del alba está tejido por dos hilos conductores: la relación entre el amor y la muerte, y la relación entre aquel y la libertad. Para esto, primero afirma que en la modernidad hay dos generaciones que procrearon memorables nociones del amor unidas al progreso artístico: la primera, la generación de Hegel y la Revolución francesa; la segunda, el periodo de entreguerras liderado por el surrealismo de Bretón, el psicoanálisis de Freud y el arte de Picasso. Hegel, dice Paz, nos demostró la separación existente entre persona y naturaleza ―hoy esto es muy claro en los conflictos socioambientales―, la inevitable conciliación del ser con la naturaleza en el fin de la Historia ―mediante la revolución socialista para algunos o el exterminio judío para otros― y la angustia generada por el final de la vida: la muerte. Sin embargo, Octavio prefiere sacudirse de toda reconciliación futura y propone la práctica del amor para conciliar este encuentro ahora y, además, aliviar la agria sensación del tiempo que nunca se detiene: el cuchillo que nos degüella permanentemente, como dice él.
En efecto, la muerte es la fuerza de gravedad del amor. El impulso amoroso nos arranca de la tierra y del aquí; la conciencia de la muerte nos hace volver: somos mortales, estamos hechos de tierra y tenemos que volver a ella. Me atrevo a decir algo más. El amor es vida plena, unida a sí misma: lo contrario de la separación. En la sensación del abrazo carnal, la unión de la pareja se hace sentimiento y éste, a su vez, se transforma en conciencia: el amor es el descubrimiento de la unidad de la vida. En ese instante, la unidad compacta se rompe en dos y el tiempo reaparece: es un gran hoyo que nos traga. La doble faz de la sexualidad reaparece en el amor: el sentimiento intenso de la vida es indistinguible del sentimiento no menos poderoso de la extinción del apetito vital, la subida es caída y la extrema tensión, distensión. Así pues, la fusión total implica la aceptación de la muerte. Sin la muerte, la vida —la nuestra, la terrestre— no es vida. El amor no vence a la muerte pero la integra en la vida.
Así, muestra que el siglo XX estuvo iluminado por el lucero del alba durante el periodo de entreguerras. Luego, ¿qué sucedió? Después de la segunda guerra mundial, no ha surgido ningún gran movimiento cultural. El campo de la moral, el arte, la música y las novelas son bastante diletantes y regidas por las leyes de la oferta y la demanda. Entonces, se pregunta Paz, ¿qué lugar tiene el amor en un mundo como el nuestro? Así, se abre paso al capítulo más político: La plaza y la alcoba. Para él, el mayor mérito de las revueltas del 68 fue la libertad erótica, pero vacía de contenido. En cambio, en los totalitarismos surgieron nociones innovadoras del amor que no se expandieron debido a la opresión estatal. Ahora, tales nociones “se secan en bolsas de plástico en el capitalismo democrático”. A todo esto, ¿qué relación hay entre la política y el amor?
“Parecerá extraño que me haya referido a la historia política moderna al hablar del amor. La extrañeza se disipa apenas se repara en que amor y política son los dos extremos de las relaciones humanas: la relación pública y la privada, la plaza y la alcoba, el grupo y la pareja. Amor y política son dos polos unidos por un arco: la persona. La suerte de la persona en la sociedad política se refleja en la relación amorosa y viceversa”.
Así, en este capítulo rodea reflexiones acerca de qué es el alma, el cuerpo y la persona en la antigüedad en comparación a la actual. La persona, el individuo ―y no el colectivo como pretendieron los sistemas ideológicos del siglo XX― es el elemento central de la política y el amor. Está sostenida por las nociones del alma y el cuerpo. En la antigüedad, la persona era única, preciosa e irrepetible. Hoy, la noción del alma está anulada; el cuerpo, desacralizado y la persona para el Estado es un número más del colectivo. Para la ciencia contemporánea, el cuerpo es un conjunto de órganos, procesos, funciones o una máquina para los productores de inteligencia artificial. La persona moderna hoy es un tornillo más de la producción industrial en masa: la pornografía y la prostitución siempre estuvieron presentes, pero nunca calaron altas cumbres como hoy. Las democracias liberales, menciona Octavio, son los primeros regímenes en los que se desacraliza el cuerpo y la publicidad lo usa como instrumento de propaganda ¿Qué decir de los millones que perdieron primero el alma antes que el cuerpo en los Estados totalitarios? De esta manera, en el siglo XXI heredamos el concepto de persona muy golpeada por el capitalismo democrático y los Estados autoritarios del siglo pasado: esto tiene consecuencias en la noción actual del amor, confundida con la promiscuidad, y la libertad erótica, confiscada por el poder del dinero.
Por mi lado, creo que los aspectos más destacables del libro se encuentran en el desarrollo del “amor cortés”. La manera cómo el escritor escarba entre los elementos constitutivos del amor ―como ideología, no como sentimiento― que surgió en Provenza y heredamos hoy todas las culturas del mundo es bastante admirable: denota un gran trabajo de investigación y audacia al aventurarse en ella. Aparte, la relación que logra establecer entre las nociones del alma, cuerpo y persona para demostrar la crisis contemporánea del amor es bastante sólida desde sus primeros capítulos. Sin embargo, queda la sensación de que falta cierta consistencia en la relación entre amor y política: el capítulo se eclipsa sugiriendo a los filósofos, poetas y artistas de nuestro siglo repensar y reimaginar una nueva noción de la persona que la considere como única e irrepetible. Manifiesta que abandonemos la noción de hoy que la cosifica y enajena. Así, esto devendría en una regeneración política y en una resurrección del amor más ennoblecido.
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