"Paradójicamente, el conflicto entre Israel y Palestina nos presenta que la historia de los oprimidos se ha tornado en la de los opresores [...] [y] hora son uno de sus principales autores."
1940, 26 de setiembre, un cuerpo sin vida yace en un pequeño hotel ubicado en el municipio de Portbou, Cataluña, en la zona fronteriza entre España y Francia. El cuerpo le pertenece a Walter Benjamin, un pensador judío alemán que, frente a las políticas antisemitas del régimen nazi y su avance sobre la Francia de Vichy, se había visto obligado a huir de su exilio en Francia. Sin embargo, al pasar por los Pirineos, la España franquista que lo recibía, había instaurado una política de visado que limitaba su continuidad hacia Lisboa. La historia oficial presenta que el 26 de setiembre Walter Benjamin se había suicidado a través de una ingesta mortal de morfina. Casi dos años después de la Noche de los cristales rotos y unos meses antes de su muerte, Benjamin escribió lo siguiente:
“[…]En toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que está a punto de subyugarla. El Mesías no viene únicamente como redentor; viene como vencedor del Anticristo. El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.”
Esta cita pertenece a la sexta tesis de su ensayo póstumo, “Las tesis de la historia”. En esta, a través de la conexión entre sus identidades como materialista histórico y teólogo judío, Benjamin presenta, a su estilo, una serie de argumentos y reflexiones en la dinámica subyacente en la construcción de la historia. En particular, a través de la tesis 8 y la tesis 9, Benjamin critica que la historia oficializada es la de los vencedores, de los opresores, cuyo planteamiento tiene en su seno el mito del progreso, un huracán que empuja a todo aquel que intente mirar hacia el pasado, hacia las ruinas y los muertos que esta deja. En esa línea, el deber de las futuras generaciones, del sentido mesiánico de la salvación, se constituye como la de desarrollar una historia que le sea correspondiente a los vencidos y en última instancia oprimidos post mortem por la “historia oficial”. Ahora bien, ¿quiénes son los vencidos?
La respuesta no es tan obvia como nos podríamos imaginar, ni tampoco aquella que se pregunta por el actor “contrario”. Hoy por hoy, casi 80 años después del holocausto, de Auschwitz y más de un millón de vidas asesinadas, la sistematización del terror como política de Estado ha prevalecido sobre todo marco de pensamiento y normativa en donde el ser humano se sitúa como su fundamento y fin último. Paradójicamente, el conflicto entre Israel y Palestina nos presenta que la historia de los oprimidos se ha tornado en la de los opresores y aquellos que padecían los horrores más profundos de la psique humana – o de la total incapacidad de pensar críticamente, diría Arendt – ahora son uno de sus principales autores.
En los últimos meses, gracias al alcance y velocidad con la que fluye la información a través de las redes sociales y el medio digital, hemos sido testigos de imágenes y vídeos del resultado de la campaña militar de Israel contra Hamas. A través de estas plataformas, no solo ha sido posible visualizar el dolor de las víctimas y sus familiares, sino también un escalamiento de la brutalidad en la violencia estatal.
El hacer vivir y dejar morir de Israel se ha configurado en una campaña militar que despoja en plenitud el principio de dignidad e integridad humana de la sociedad palestina. Bajo la política sionista en contra del terror de Hamas, las miles de familias palestinas se engloban bajo el concepto población. A través de esta, ni los deudos de las víctimas son sujetos de derecho de sentir su tristeza y sufrimiento por sus pérdidas, en tanto los centros hospitalarios, los suministros internacionales y la movilización per sé se han convertido en los objetivos militares principales. Los sujetos dejan de ser sujetos y las identidades se pierden en el rastro arenoso. La violencia se ha constituido en sí misma en el fin y, al igual que Benjamin, las personas se transforman en oprimidos a través del hacinamiento geográfico, ya sea en un hotel en Portbou o en nuevas formas de campos de concentración como lo es Rafah.
Como buenos científicos sociales, habremos de– si ya no lo hemos hecho – preguntarnos si las acciones emprendidas por Israel constituyen una política genocida, si el escalamiento del nivel de cinismo y apatía en el aval político e histórico de los procesos de colonización israelitas y, en particular, los bombardeos a diversas zonas “seguras” en la Franja de Gaza constituye un evento particular de la política de seguridad nacional de Israel en su guerra contra Hamas o es parte de un fenómeno social mayor, y si es así, ¿qué tan enraizado se encuentra en los sistemas políticos contemporáneos? Ahora bien, en la historia de “los oprimidos” nada de ello importa. Precisamente, en ella no solo se trata de identificar quiénes ostentan dicha categoría y aquellos que perpetúan la violencia. En su lugar, recae un rol de justicia mayor que, como señala Agüero, excede el marco binario de víctima-victimario como dos categorías que se excluyen y trazan una línea divisora definitiva entre sí.
Ergo, mi intención no es la de obviar la importancia de los trabajos académicos sobre el caso, ni mucho menos prescindir de ellos como herramientas para esclarecer la verdad y reclamar justicia. Con mayor precisión, es posible investigar y adjudicar explícitamente los grados de responsabilidad por las muertes de civiles palestinos tanto al Estado de Israel que bombardea sin descaro alguno a las zonas establecidas como “seguras” a través del Derecho Internacional, y a la cobardía de Hamás en su empleo de los cuerpos de sus “connacionales” como una suerte de seguro bélico.
En su lugar, mi deseo principal es el de explicitar que el objetivo fundamental en desarrollar una historia correspondiente a los vencidos no se agota en la identificación y adjudicación de sus victimarios. Precisamente, las redes sociales han sido abarcadas de una amplia gama de posts y reels en donde se protesta y manifiesta la indignación social - con mucha razón - contra la política bélica de Israel, su desproporcionalidad y el número in crescendo de pérdidas humanas palestinas. Sin embargo, parte del contenido que motiva la acción colectiva de postear en redes el apoyo a la sociedad palestina, se enmarca en una visión dicotómica del asunto, en el que tanto Palestina como Israel se configuran como dos bandos de un conflicto - uno bueno y un malo-, y en el que no apoyar explícitamente al primero configura a su agente como un enemigo de este, bajo un sentido schmitteano
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En realidad, el fin central -y que debería llamar nuestra atención última- de elaborar una historia alineada a los oprimidos recae en tratar de comprender no solo la complejidad y bastedad histórica de la violencia, sino también su continuidad y el escalamiento de esta como fenómeno social. [...] fenómeno del cual no somos ajenos, valga mencionar.
En cualquier caso, corresponderle a este proyecto implica no perder de vista nuestra atención en las ruinas que deja el huracán y quienes yacen detrás de ellas, no únicamente como víctimas sino también – sobre todo -como seres humanos con agencia capaces de ejercerla. El trabajo del científico social por lo tanto no deberá serle ajeno a aquellas subjetividades, antes en un sentido de solidaridad con la especie humana que bajo la idea del progreso lineal cientificista. En este esfuerzo, reside el desarrollo del “verdadero estado de excepción” como forma de resistencia ante la deshumanización desapercibida en la producción académica. De no expandir el panorama de nuestros análisis, se corre el riesgo no solo de sesgar el debate, sino de volver menos eficientes nuestras capacidades para involucrarnos en-sociedad.
Sin embargo, esto no es un esfuerzo menor. Al contrario, se trata de alcanzar uno de los retos con mayor relevancia que tiene por delante la humanidad: aprender a dialogar en igualdad de condiciones. Por un lado, conversar no es una acción premeditada o que viene por default en nuestra genética. Es un acto que se cultiva con la práctica, con mayor necesidad si la entendemos como aquella en donde sus agentes se interrelacionan, desde un primer momento, dispuestas a modificar sus esquemas interpretativos, tanto como en la voluntad de convencer a quien se dirija. Por otro lado, los sistemas políticos no solo deberán ofrecer espacios y mecanismos de participación en donde los diversos actores sociales encuentren canales para performar sus discursos, sino también reducir las distancias de las oportunidades y condiciones de vida que posibilitan niveles de desigualdad holísticos entre ellos. En última instancia, se tratará tanto de discutir cómo posibilitar una co-existencia efectiva de nuestras identidades en las que la violencia sea marginal antes que su finalidad principal.
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