El dictador ha muerto, ha muerto, pero ha muerto dejando con vida todas las penas y dolores de una época que no se va. Una época que está tan viva porque no ha alcanzado justicia.
11 de septiembre de 2024, fecha de la muerte de Alberto Fujimori Fujimori, el dictador responsable de miles de muertes, desapariciones y violaciones de los derechos humanos. Decenas de casos abiertos que fueron suspendidos o desestimados por un control de instituciones mediante corrupción y la destrucción de la sociedad civil. La penúltima gran dictadura del país, considerando la existencia del gobierno asesino de Dina Boluarte, nos dejó no solo un conjunto de nombres, historias y vidas perdidas en fosas comunes. Nos encontramos ante miles de heridas abiertas y de memorias que revolotean en nuestros seres: hay grandes espacios vacíos, aquí y allá.
El dictador ha muerto sin que la justicia llegue, sin que las reparaciones a las víctimas estén presentes. Alberto Fujimori murió fuera de la cárcel, negando su culpa frente a cada ciudadanx de nuestro país. Murió dejando como legado un partido político que se ha posicionado en contra de la defensa de los Derechos Humanos y que no se ha detenido hasta pactar por la venta de la educación. Un partido que ha destruido la institucionalidad del país, que ha destruido la poca democracia que se llegó a edificar después de la vergonzosa huida del “Chino”.
El dictador ha muerto, ha muerto, pero ha muerto dejando con vida todas las penas y
dolores de una época que no se va. Una época que está tan viva porque no ha alcanzado justicia. Es más, está tan viva que el legado que dejó sigue siendo utilizado para justificar asesinatos, brutalidad policial, persecución política y sangre. La muerte del dictador no significa paz, significa que, al morir sin realmente haber reparado el daño, deja como herencia la impotencia.
Ayer fue 11 de septiembre, y el dictador murió sin saldar las cuentas pendientes. Y el gobierno despide en honras a quien dispuso un escuadrón de la muerte ¿Quién diría que para tener una muerte digna en este país había que destruirlo? ¿Quién diría que para morir en paz tan solo había que ser un genocida? Hoy se vela al dictador en el Museo de la Nación, en medio de una nación golpeada y pendiente. Hoy la tumba de Alberto Fujimori será condecorada con las más decorosas honras, mientras las tumbas de miles de muertxs solo seguirán siendo un hueco en la tierra o un horno en el Pentagonito. ¿Quién diría que el Estado peruano celebra a aquel que esterilizó forzosamente a mujeres campesinas?
Fujimori ha muerto, es cierto. Pero, está tan vivo en la corrupción del país, en la destrucción de la democracia, en los asesinatos, en las desapariciones y su corrosiva impunidad. La herencia de Fujimori está viva y duele, y seguirá consumiendo. Fujimori ha muerto y nunca hubo justicia.
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