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La gran belleza, el permanente mal: Tár y la violencia en el campus

Foto del escritor: Paolo BarreroPaolo Barrero



Hay cierto orgullo en estar en la universidad; se sostiene sobre la creencia de que nosotros -los estudiantes y profesores- miramos las grandes ideas y ellas nos miran también, y nos transforman. Al universitario le gusta sentir que es parte de algo más grande que la mera redacción de hojas con palabras y citas: el simple hecho de estar ahí nos hace sentir mejores; nos hace sentir más grandes que el no saber.


Es una linda ficción; una que da estatus; una que hace pensar a los campus y las aulas como un lugar más elevado; un lugar seguro, en el que se estudia, se debate y se descansa para cambiar el mundo. O, por lo menos, para cultivar algo bello y digno de ser visto.

Tár le hace a esa fábula lo que un bate le hace a una estatua de cristal: violentamente, la revienta en mil pedazos.



La genialidad de Lydia Tár


Esta película, como todos los personajes en ella, gravita en torno a Lydia Tár. Se nos muestra que es el más grande y joven talento musical de la tierra: enseña en el conservatorio de Juilliard, es la primera mujer en dirigir la filarmónica de Berlín. Entre vuelos de New York a Alemania, con tomas geométricas a la perfección, el director -Todd Field- nos demuestra que Tár es la realeza académica de la música clásica: es una artista EGOT (galardonada con un Emmy, Grammy, Oscar y Tony), dirige becas a su nombre, su nombre es azul en Wikipedia.


Y lo majestuoso de Tár no se agota en lo que nos dicen de ella. En las brevísimas escenas en las que dirige, es majestuosa. Sus manos son celestiales y, al dirigir a su orquesta, dirige también a quien ve el filme. Habla alemán, inglés y francés. Conoce y hace referencias sobre toda la música clásica de la modernidad. Tar es sin lugar a dudas una fuerza natural de la música.


La trama empieza con Tár a punto de embarcarse en el desafío cumbre de su carrera: ser la primera en grabar la Sinfonía nº 5 de Gustav Mahler completa. Pero algo sucede: Tar no escribe. No puede hacer música. Cada que quiere sentarse a componer, algo fantasmagórico la persigue: un ruido de alarma inexistente; mientras corre ejercitando, oye gritos de una mujer en el bosque. No hay nadie. Mientras duerme, la despierta un metrónomo fantasma que se enciende en su estudio. La directora está atormentada, y en sus pesadillas ve visiones de mujeres sin rostro; siempre las mismas. Tár despierta en pánico.



Yuxtaponiendo lo bello con el abuso: academia y depredación


La película quiere desenmascarar la realidad de muchas instituciones de élite en el planeta: yuxtapone la arquitectura futurista de Berlín, las oficinas de élite mundial en las que los profesores se reúnen; yuxtapone la belleza del arte, el lujo y la finura; lo sacrosanto de la música, con el uso discrecional del poder de una profesora para satisfacer su hambre personal.


El setting temático es ideal para desenmascarar esta trama: la universidad, el tenure track; la noble estirpe a la que pertenecen los profesores nombrados en el Ivy League global. La película pareciera elevarnos con sus tomas delicadas, con sus ciudades europeas y arquitectura de diseño; solo para dejarnos caer cuando nos muestran lo que realmente está sucediendo.


La película nunca lo dice con palabras, pero lo muestra sutil y dolorosamente: Tar abusa de sus alumnas; su innegable renombre le permite reclutar al mejor talento musical clásico del orbe y traerlo a sus pies. La historia, aparte de eso, ya todos la conocemos: usa el poder y la discrecionalidad que le concede el tenure, el P.H.D, los libros y el prestigio para avanzar las carrearas de las pequeñas jóvenes que avancen su apetito sexual.


Y Tár no solo abusa de su poder para avanzar su agenda sexual, también lo utiliza para humillar a sus alumnos. La película abre con una repugnante escena en la que está dirigiendo a un joven director de orquesta; cuando este le confiesa que no disfruta de la música de Bach porque él era un hombre blanco cisgénero, Tar revienta; y se pierde en un rant de 5 minutos en el que arremete contra la etnicidad y género del joven estudiante. Esta escena vaticina el resto del film.


La perversa charada se viene abajo cuando la asistenta de Tar, Francesca -otra de sus jóvenes víctimas sexuales- le informa que una ex alumna acabó con su vida. Esto, junto con distintas acusaciones de abuso y acoso, y la filtración de un video sobre el incidente con el alumno progresista, le merecen a Tár el fin de su imperio de sexo en los pasillos del campus universitario.



El tormento de Tár: la doble espada del mal


Pero el filme no se reduce al mero -y necesario- lapidio de la abusadora. Tar es, también, una fantasmagórica exploración del tormento psicológico que atraviesa la verduga. El film escoge una protagonista mujer específicamente para recordarnos que, como espada, el castigo del género nos atraviesa a todos; nos recuerda que el abuso puede venir de una mujer hacia otras mujeres; que la violencia puede sentarse sobre una oficina; que puede llevar las letras P.H.D. en frente. Tar despierta un visceral sentido de injusticia en el expectador: la impunidad, el uso de la universidad como un prostíbulo y a las alumnas, sus sueños y miedos, como snack.


Al final, la oscuridad termina consumiendo a sus víctimas y a sus victimarios. Sin compadecerse por ella, nos muestran cómo Tár sufre. Cómo no puede dormir; cómo la persiguen los fantasmas de su maldad. El director trasciende la dicotomía bondad-maldad y nos muestra las puertas abyectas al sótano oscuro del mal: al final de la película, Tár lo pierde todo. Su carrera, su cordura, y hasta el sueño.



Conclusión


Tár no va sobre música; pero despierta una profunda rabia en quien se enfrenta a lo que tiene que decir. Como a la directora musical, la película atormenta con fantasmas. Se siente desasosiego. Hay algo que claramente está mal. Y todos los que ven lo saben. Al final, Blanchet pierde los papeles; enloquece con la culpa, con los demonios y la locura que el mal que ha hecho le trae a ella. Tár es un oscuro recordatorio de que, los limpios pasillos de nuestros campus pueden no ser tan seguros como lo pensábamos.


Lydia termina en la miseria. Y hay un sentimiento de profunda justicia cuando eso sucede.




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