“Esto no es una apología al terrorismo”: el eterno retorno al discurso humanitario
- Sofía Landa
- 15 jul 2023
- 6 Min. de lectura
Reseña del libro Sobre Héroes y Víctimas de Juan Carlos Ubilluz

Romper con las dicotomías en torno a los relatos de violencia política en Latinoamérica es una tarea asumida cada vez con más empeño. El “bien” dejó de ser eterno contendiente del “mal” para convertirse en su aliado o en su mejor escondite. Hallamos más víctimas entre los victimarios de las que antes podíamos contar. El miedo a reconocer un pasado militante fue disipándose poco a poco. No obstante, en Perú, la necesidad de someter el conflicto armado interno (CAI) y sus bases morales a discusión ha sido relegada por el mundo académico y una sociedad que se incomoda ante la mínima invocación del pasado violento. Tanto personajes de la izquierda como de la derecha se mantienen vigilantes ante el mínimo movimiento que pueda herir las sensibilidades de uno u otro lado. “Esto no es una apología al terrorismo” bien podría ser una acotación que escolta toda obra o acción emprendida en aras de exponer voces disidentes y de cuestionar la historia ya conocida. El peligro no solo radica en contradecir la versión más aceptada de los hechos, sino también en retar la postura ética humanitaria adoptada desde la academia, el campo cultural y la izquierda progresista, cuyos principales referentes se instalan detrás de la consigna del “Nunca Más”.
Dentro de este marco, el crítico peruano Juan Carlos Ubilluz reta la postura humanitaria adoptada por los estudios de la memoria de manera provocadora: ¿qué pasaría si cambiamos el “Nunca Más” por el “Una vez más” o “Encore”. “Sobre héroes y víctimas” se trata de un conjunto de ensayos centrados en analizar la postura del llamado giro ético en la producción cultural del conflicto y en el proyecto político de la izquierda progresista. Previamente, Ubilluz reconoce la existencia de dos discursos contrapuestos: el discurso militar de la seguridad nacional, que relata que la violencia desatada por los agentes del Estado fue necesaria para acabar con Sendero Luminoso; y el discurso subversivo, que sostiene que los hechos de la década de 1980 fueron parte de una guerra popular en la que fueron derrotados. Para su concepción del giro ético de la izquierda, Ubilluz se sirve de los postulados de Alain Baidou (2004) en “La ética” y de Jacques Rancière (2011) en “Malestar en la estética”. Así, el giro ético es aquel viraje conceptual en el que la denuncia humanitaria constituye el punto central de la producción artística y cultural sobre el CAI bajo la consigna de la no-repetición. Esto guarda estrecha relación con el declive del marxismo revolucionario y, en suma, de toda mira de la revolución como horizonte posible. En virtud de ello, dicho compromiso de no-repetición abarca todo intento de proyecto revolucionario llevado a cabo en el Perú e incluso su mera insinuación. De hecho, el autor propone un primer momento del giro ético, cuyo principal enfoque eran las víctimas “puras” del CAI, mientras que el segundo momento rompe con la figura de la víctima pura en un intento de “humanizar” al victimario. Aun así, en ambos casos, la denuncia humanitaria resulta neurálgica y nuestro sujeto político no es otro que la víctima.
Para probar la tesis de que en el giro ético es la ética la que suspende la política, Ubilluz se sirve de la lectura de tres obras del CAI que se hallan inscritas o atravesadas por el giro ético: Los rendidos de José Carlos Agüero; La sangre de la aurora de Claudia Salazar y Memorias de un soldado desconocido de Lurgio Gavilán. Resulta pertinente haber leído las obras con antelación, puesto que, aunque se esperase un análisis literario riguroso de cada una de ellas, su utilidad es la de ser objeto de ejemplificación. Más bien, podría decirse que realiza una interpretación de las obras para así hallar el elemento que las vincula con el giro ético y luego discutir los elementos que en ella encuentra discordantes.
El primer capítulo versa sobre la obra de José Carlos Agüero; en específico, de su libro “Los rendidos”, en la que pone en duda la propia “escritura de la duda” del autor. La complejidad del lugar de enunciación de Agüero va en sintonía con su “íntima venganza humanitaria”, como Ubilluz titula. Esto, pues, Agüero habla desde su condición patológicamente contradictoria de ser hijo de senderistas que fueron ejecutados extrajudicialmente y, al mismo tiempo, activista de DD.HH. Por un lado, Agüero intenta romper con la dicotomía de víctima/victimario al hacer una representación de los senderistas (y sus familiares) que se entrelaza entre ambas categorías y al desentrañar la estigmatización que sufre por su vinculación. Sin embargo, este intento no se desvincula del giro ético, pues Agüero incluso advierte del peligro de que, al tratar de devolver el contexto a las acciones de los senderistas, se termine por legitimar sus acciones. Por otro lado, “Los rendidos” constituye el corazón mismo del giro ético de la literatura del conflicto. En efecto, la obra de Agüero no hace más que denotar otra cosa que el rechazo a la utopía —una sociedad sin clases— y al heroísmo —el sujeto revolucionario—. La idea de que un sujeto no se agote en las necesidades de su cuerpo físico, sino que trascienda para formar parte de un sujeto-inmoral es descabellada. Más aún cuando su trabajo tiende a la afirmación del Bien, entendido como un estadío civilizatorio superior. De tal forma, la melancolía ha impregnado por completo su lugar de enunciación, así como el proyecto político de la izquierda actual, la cual ha abandonado la misión de construir un nuevo mundo. Ubilluz no guarda reparos en enunciar que la izquierda debe dejar de avergonzarse de sí misma y abandonar su estado de melancolía.
Por el contrario, la obra de Claudia Salazar, sobre la cual versa el segundo capítulo, forma parte del giro ético porque relata, desde una perspectiva feminista, cómo todo intento de revolución —de superación del orden patriarcal a través de Sendero— termina inevitablemente en un desastre —la violación—. Aunque en “La sangre de la aurora” Sendero parece representar un camino para la liberación de Marcela, tanto ella como las otras dos protagonistas terminan siendo las principales víctimas de la guerra. Ello conecta con que la ubicación de lo indeterminado en el cuerpo sufriente de la víctima se opone a la determinación conceptual característica de las ideologías. Asimismo, en el personaje de Melanie, una joven lesbiana de clase alta, se dilucida la denuncia a la heterosexualidad en la cual el sexo reafirma la subordinación de la mujer al hombre. Según Ubilluz, la homosexualidad femenina es concebida como lo indeterminado. Sin embargo, el autor tiene un par de valoraciones desatinadas. Por una parte, reduce el lesbianismo a un elemento más de la agenda de la comunidad LGBT, pero además refuerza el binarismo de género al señalar que en la pareja lesbiana no hay alguien que ocupe el rol masculino/femenino. De todas formas, al final se logra descifrar la intención de la autora al divorciar al marxismo del feminismo: incluso en la revolución, la mujer mantiene su posición en la jerarquía sexual.
Al rondar el texto de Lurgio Gavilán, Ubilluz extiende la interpretación usualmente hecha de su testimonio para hallar ahí restos de su pasado espíritu revolucionario, el cual supuestamente añoraría. Habiendo sido parte de Sendero Luminoso, el Ejército, la Iglesia y de la academia, Lurgio Gavilán destaca por su inmensa capacidad camaleónica, dado el abismo que existe entre los escenarios y roles que ocupó a lo largo de su vida. Aunque el primer segmento del capítulo se trata más de una descripción de la obra de Gavilán que de un análisis literario, Ubilluz consigue vislumbrar las distintas voces empleadas en lo que pareciera ser no más que otro libro que busca batallar por un espacio en las narrativas de la memoria nacional. En tal sentido, “Memorias de un soldado desconocido” no está inserta dentro del giro ético, sino que se vale de él —y del discurso humanitario— para camuflar, quizás de manera inconsciente, el ideal revolucionario del académico. Por lo mismo, Ubilluz ve sus hallazgos como una fuente de esperanza para un proyecto de izquierda que recupere su horizonte emancipatorio y que se despoje de la centralidad de la figura de la víctima en el discurso humanitario.
El debate que presenta el libro se basa en un (des)balance entre lo que implica ser una víctima y un sujeto revolucionario: ¿pesa más lo que puede hacer una persona o lo que se le puede hacer? ¿ir en búsqueda del Bien o impedir el advenimiento del Mal? Ubilluz concluye que “o bien se mira para adelante con la utopía, o bien se mira para atrás con los estudios de la memoria que constituyen el eje central del giro ético” (103), lo cual desliza que su concepción de la memoria es la de un artefacto atado al pasado que asfixia la creencia revolucionaria. No obstante, la memoria es un ejercicio que se practica en el presente, por lo que el futuro no puede construirse sin saber qué es lo que aconteció antes. Podríamos preguntarnos si el retorno a la política emancipatoria requiere aún del ejercicio de la memoria para sentar sus bases, puesto que, ¿es la memoria un objeto que puede ser “superado” como sugiere el título del libro? La obra de Ubilluz olvida algo fundamental: que el campo de la producción cultural es un espacio donde las distintas narrativas y discursos luchan por obtener un lugar en la memoria colectiva del país. Por ende, el análisis hecho por él forma parte también de esta disputa por dotar de sentido al pasado, solo que, en vez de insertar una voz contrahegemónica, lo que plantea es quitar el enfoque ético de la víctima para así repolitizarla. “Superar” la memoria del conflicto se vuelve necesario para que la izquierda retorne a la política emancipatoria, al utopismo y al heroísmo sin limitarse a sí misma, pero la pregunta que deja abierta al final del libro es el cómo.
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