"La locura no se puede encontrar en estado salvaje. La locura no existe sino en una sociedad, ella no existe por fuera de las formas de la sensibilidad que la aíslan y de las
formas de repulsión que la excluyen o la capturan”.
Historia de la locura en la época clásica
-Michel Foucalt
La neurodivergencia es un término reciente designado a aquellas personas con una estructura neuronal distinta ―recogen y procesan la información de una manera diferente a la mayoría―, pero no necesariamente esto debería significar un problema. Por el contrario, poseen grandiosas capacidades dignas de ser visibilizadas y reforzadas desde las instituciones públicas. En el Perú, las autoridades no reconocen tal diversidad neuronal y pretenden formular leyes y políticas públicas desde el prejuicio. Este artículo pretende ser una renuncia a tales prejuicios.
Lo que en este epígrafe da a entender Foucault es que se ejerce el poder hacia el otro/a no considerado como alguien “normal” mediante el estigma de la locura. La concepción de la normalidad y la locura las inventa la sociedad, pues fuera de esta ―en estado salvaje― no existe. Como dice el filósofo francés, en todo ejercicio de poder hay resistencia a él y este artículo desea ser una muestra de ello.
Entonces, ¿qué es la neurodivergencia? Este término hace referencia a la idea de que el cerebro humano es bastante diverso: no existen patrones únicos de pensar, recoger y procesar la información. Todos son totalmente válidos y funcionales. Las personas neurodivergentes son consideradas personas con una estructura neuronal diferente al de la mayoría, pero no por eso debería ser un problema o una afección patológica.
Este término nació con la intención de desechar la idea anacrónica de que las personas neurodivergentes son personas inadaptables a la sociedad y, por lo tanto, dignas de ser encerradas en un hospital psiquiátrico o empujarlos al ostracismo social como sucedió frecuentemente en el pasado. Por el contrario, el término desea visibilizar y reforzar las grandiosas capacidades que poseen estas personas en comparación con los neurotípicos ―la gran mayoría―: los autistas suelen ser mejores en la concentración, atención a los detalles y en su capacidad espacio/visual; también, las personas con trastorno límite de la personalidad poseen una empatía altísima, que las hace identificar los cambios y las sutilezas emocionales de su entorno como ningún neurotípico podría hacerlo, y, además, suelen disponer de una inteligencia creativa, debido a su hipersensibilidad, muy difícil de igualar.
Sin embargo, la situación en el Perú para las personas neurodivergentes es bastante preocupante. De por sí, los Centros Comunitarios de Salud Mental suelen estar atiborrados de pacientes y de muy pocos psicólogos. No existe un plan adecuado ni una política pública concreta más allá de un Decreto Supremo en la que comete el error aún de considerar a los autistas como personas discapacitadas; además de contar esta ley con métodos desactualizados, como lo señala Carolina Díaz, activista neurodivergente.
El 31 de marzo de este año se realizó un evento por el Día Internacional del Autismo en el Congreso de la República. Uno de los invitados fue un neurólogo pediatra, David Huanca, quien señaló que “los autistas no quieren ser gente, porque no miran a la gente”. Por otro lado, el ministro de educación, Oscar Becerra, declaró que “si todos tenemos un cerebro único, podríamos decir que todos somos un poco autistas”. Nuevamente, con estos dos ejemplos, se muestra necesario interiorizar la connotación que está detrás del término neurodivergencia: aceptarlo es una oportunidad para reconocer que la diversidad enriquece, mientras que la adaptación a lo “normal” empobrece. Visibilizar, valorar y potenciar las capacidades de las personas neurodivergentes mediante un cambio de perspectiva y la ejecución de políticas públicas eficientes y eficaces es una aspiración, y no la de simplemente modificar una ley que se asiente en conceptos trasnochados del cerebro humano.
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