Esta temporada de premios revela numerosas tendencias políticas y culturales, entre ellas, el auge del cine corporal con un enfoque femenino.
La temporada de premios, entre sus hitos y controversias, funciona, y con relativa precisión, como baremo de las tendencias y tensiones de las políticas culturales modernas. En pleno auge del trumpismo, cuestiones de apropiación cultural, representación xenofóbica y discurso de odio surgen dada la polémica de Karla Sofía Gascón y Emilia Pérez. Películas que retoman la memoria histórica del Holocausto (The Brutalist, A Real Pain) y documentales sobre la tragedia palestina (No Other Land) coexisten en las nominaciones mientras un alto al fuego es declarado en la franja de Gaza. La memoria histórica de la dictadura brasileña, amenazada por Bolsonaro y sus seguidores, toma relevancia en I ́m Still Here, sorpresiva nominada a mejor película. Sobran los ejemplos y la conclusión es siempre la misma: la carrera por los Oscar, como indicador cultural, incitador de polémica y alegoría de malestares contemporáneos, sugiere una serie de discusiones pertinentes y evidencia las fracturas sociales crecientes, más aún en el auge de las guerras culturales y las batallas identitarias, tanto dentro como fuera de la sala de cine.
El auge del cine corporal
Quizás ninguna tendencia sea tan evidente en esta temporada como el auge del cine corporal: películas que conciben y representan al cuerpo como metáfora, como ente político y en disputa, que usan al cuerpo y sus funciones (la sexualidad, la gestación) como punto de partida. Tiene sentido. En tiempos en que la sociedad estadounidense reacciona a la feroz regresión conservadora del Partido Republicano y la censura al aborto federal tras la caída de Roe v. Wade, no sorprende que Hollywood se apropia de la creciente ansiedad en torno al control de los cuerpos. Este es, además, el Hollywood de la globalización y las políticas inclusivas, el Hollywood post Harvey Weinstein, quizá con menos restricciones para el cine hecho por mujeres, cine filmado en femenino y desde un enfoque feminista, crítico con la forma en que se regulan y restringen las propiedades de los cuerpos, sobre todo los disidentes. Estamos, además, ante una industria del cine que, como parte de la maquinaria audiovisual, produce y reproduce la violencia contra los cuerpos que parece aumentar alrededor del globo: los migrantes que se ahogan en las costas europeas, los niños asesinados por drones en Gaza, los prisioneros hacinados en El Salvador. ¿Acaso nos extraña el auge de este cine corporal, inclusive radical y violento, que trasciende géneros y planos narrativos, quizás como testimonio de la infinita maleabilidad de los cuerpos?
Películas que conciben y representan al cuerpo como metáfora, como ente político y en disputa, que usan al cuerpo y sus funciones como punto de partida.
The Substance y Anora
Eso explica que una película de horror corporal como The Substance consiga meterse entre las mejores películas, direcciones, actrices y guionistas del año. The Substance, la historia de una actriz de mediana edad forzada a pasar por una brutal transformación corporal para preservar su belleza, contrasta una visceral puesta en escena (fluidos corporales, piel muerta y sangre) con un mensaje bastante convencional sobre la industria de la belleza (las mujeres sacrifican su cuerpo y lo comodifican por el bien del sistema) para producir, desde lo mainstream, una suerte de gore feminista con la vuelta de tuerca de incluir a Demi Moore como protagonista. En directo contraste con The Substance, Anora, una suerte de subversión del cuento de hadas clásico, narra la historia de una trabajadora sexual de clase trabajadora enfrentada a la oligarquía rusa. ¿Qué imagen revela mejor la política corporal contemporánea -mediada por la feroz comodificación neoliberal-, que una strip dancer que acepta felizmente casarse con un millonario ruso a cambio de un anillo de muchos kilates y una luna de miel en Disneylandia, mientras éste se hace con la ciudadanía estadounidense? Así como The Substance, Anora se apropia de un género y sus reglas (la comedia romántica y la comedia de errores) para emitir una feroz crítica a las regulaciones al cuerpo femenino, que combinan con inquietante precisión neoliberalismo y misoginia. En Anora, la sexualidad libre funciona como problema y solución ante la imposición del sistema y sus diferencias de clase, que dejan a mujeres como Anora en un estado de liminal marginación.
Nosferatu y Nightbitch
Sexualidad, romance y horror se entrecruzan en Nosferatu, de múltiples nominaciones técnicas, remake del clásico de Murnau en el que una Lily Rose-Depp se enfrente al sexismo de la biomedicina en la Inglaterra victoriana, dado que sus deseos eróticos y su posesión por el híper sexual Nosferatu son catalogados como un brote de locura por los obtusos médicos de la época. Aún sin nominaciones, pero con presencia en la carrera por el Óscar, Nightbitch sigue los pasos del horror con una Amy Adams que se transforma en perro como forma cv de escapar de las cargas de la maternidad y la ausencia de un sistema de cuidados. Las mujeres en estas cintas de horror se enfrentan a intensas transformaciones corporales como acto de protesta y consecuencia de un sistema violento con ellas y sus cuerpos, y el cine se encarga de llevar la metáfora hasta la hipérbole. No sorprende, además, que Substance o Nightbitch fueran escritas por mujeres.
Babygirl, The Last Showgirl y The Room Next Door
Babygirl, con una nominación a los Globos de Oro para Nicole Kidman, también está escrita y dirigida por una mujer, y es otro ejemplo de las políticas corporales de la sexualidad llevadas al cine: en este caso, un thriller erótico deshace los límites morales del sexo en la oficina, el BDSM y el deseo femenino, que surgen frente a las presiones de un asfixiante contexto corporativo. En una línea parecida, The Last Showgirl, de Gia Coppola, se reapropia de un sex symbol como Pamela Anderson y la torna protagonista de su propio cuento de hadas híper realista y de clase obrera, en este caso, las aspiraciones y desvaríos de la protagonista de un espectáculo de cabaret a punto de cerrar, en un Las Vegas cada vez más precario para sus trabajadoras y una industria del entretenimiento barato, modo McDonald’s, cada vez más hostil. Por supuesto, la pugna y el reclamo por la autonomía de los cuerpos puede llegar hasta la cúspide de la telenovela y el melodrama, y The Room Next Door, el compasivo alegato de Pedro Almodóvar a favor de la eutanasia, parece demostrarlo, gracias a la devastadora interpretación de Tilda Swinton.
Y eso nos trae de vuelta al principio, una temporada de premios en la que las redes sociales arden ante la polémica de un musical campy sobre las víctimas del narco con una protagonista trans, ese feroz y extrañísimo narcorrido hecho cine de Emilia Pérez. La historia de un narcotraficante que se hace mujer transgénero ha desatado una enorme polémica y no sorprende que, como acto de resistencia, sus críticos hayan hecho otra película. El cine, una vez más, como acto político.
El cine, una vez más, como acto político.
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