El destino manifiesto de un Estado se construye por sus creencias en su relevancia frente a otros Estados, se mantiene la idea de un futuro mejor en donde la gloria vendrá y se marcan enemigos concretos de la “Nación”. En el Perú, este destino manifiesto es inexistente, no porque este sea un país especial, sino porque el destino manifiesto no existe. El Perú no es más que un nombre que se le ha asignado a un territorio, al cual se le ha creado una historia y se le ha asignado el nombre de “peruanxs” a miles de personas que simplemente estuvieron en este territorio antes de que existiera este nombre.
La actual dictadora Dina Boluarte, durante su último mensaje a la “Nación”, habló sobre la importancia de rememorar a la “Patria” en el próximo bicentenario de la batalla de Ayacucho. Estas palabras las dio considerando la invisibilización de la celebración del bicentenario de la “Independencia” del Perú por parte de la última gestión. Previo a exponer mis ideas, deseo aclarar lo siguiente: el lenguaje es una vía de demostración de realidades y, mediante las palabras, gestos o signos, denota una idea política. La política no solo es necesaria, sino absoluta; todo tiene una intencionalidad política detrás —solo pocas cosas podrían salvarse de esta afirmación—. En añadidura, podemos mencionar que esta última habla de un interés concreto o inconsciente de accionar siguiendo patrones claros no solo en la manutención del “Status Quo”, sino en la alteración del mismo. Así que quiero dejar claro que este artículo, como cualquier otro, usará el lenguaje para delinear una posición política contra lo que significa la “Nación” y la “Patria”. Esto es necesario especificarlo, ya que, lo que menos busco es que se me acuse de no ser "objetive", los instrumentos pueden intentar ser objetivos, las personas, al elegir un tema de escritura, dejan su objetividad para reafirmar su tendencia política y su naturaleza a ser un ser político. Pero bueno, esta no es una declaración que busque aclarar la universalidad de nuestros actos y su relación con nuestro actuar politizante.
La Nación es una construcción del Estado para mantener un mayor control sobre la población, que funciona como un ente homogeneizador (Vergara, 2006); esta funciona como una herramienta de control contra la población y sus distintas formas de innovación (Goldman, 1940). Pensemos en la idea de Nación como un molde al cual se somete la población. En pocas palabras, no se trata a las personas como diversas e individuos con sus particularidades, sino que es visto como parte de una mezcla homogénea que permite —dependiendo del pensamiento mayoritario presente— cortar lo “otro” para adaptarlo a lo “propio”. Es aquí donde muchas personas pueden argumentar que la existencia de límites imaginarios y fronteras culturales permite, entre muchos fenómenos, la conservación de la cultura, pero esto funciona también como una forma de seguir perpetuando las desigualdades de un sistema. Por ejemplo, escuchemos la mayoría de la música en las diversas radios de nuestro país y fijémonos cuando mencionan que van a poner música peruana. Cuando sucede este fenómeno, nos limitamos a escuchar música “criolla” que proviene en su mayoría de Lima y que se vuelve un ente principal —lo conocido como “Uno”—. En este caso, al escuchar música como huaynos, chicha, cashua, entre otros géneros musicales que nacen o se reproducen en nuestro país, se les separa y no se considera música peruana, sino que se les distingue y nombra de otras formas, se les trata como un “Otro” al cual se separa del conjunto “peruanx”. La idea de Nación se constituye bajo el rechazo y exclusividad de ciertas representaciones culturales frente a otras. Entender este ejemplo básico nos puede llevar a empezar a observar y pensar qué es “realmente peruano” o el espíritu nacional.
Además, dentro de la defensa del pensamiento de la Nación, suele aparecer la idea de generar un pensamiento que unifique o que funcione como un pegamento social para “lxs compatriotas”. Este concepto serviría para mantener viva una República. Podemos mencionar que la idea de ayudar a nuestrxs hermanxs se queda en la voluntad de intentar empatizar con “el otro más cercano”, pues lo que consideramos humano —y a veces con mucha dificultad— es a otrx peruanx o a un superior. Es decir, el ser humano no considera a alguien inferior como humano a sus ojos. Por ello, podríamos mencionar que tanto la Nación como el Estado se han vuelto en formas de coerción para humanizar al otro. Esto lleva a problemas irremediables como la xenofobia que nuestro país mantiene con otrxs latinoamericanxs, que también se sostiene en un racismo sumamente interiorizado. La acción coercitiva no cambia al ser humano, solo oculta lo despreciable, no es que se humanice al “Otro” porque se le comprende desde su “otredad” o desde su propio paradigma del mundo, lo que lleva a problemas como el antes mencionado. Es así que no se genera una sociedad empática, debido a que el ser humano no logra humanizar a nadie que no sea él y los suyos, cerrándose así a odiar o no comprender a lxs demás. Ahora, si vamos al razonamiento expuesto en el párrafo anterior, es necesario comprender que la Nación no solo considera “otro” a lo externo, sino a todo lo que no cumple con el molde pensado para demarcar lo peruano, aunque sea parte del propio país. Es así que la acción humanizadora solo alcanza a algunxs; la idea de la Nación y su labor junto al Estado son realmente opresivas. Es aquí donde podemos mencionar que el país se ha configurado como masculino, cisheteropatriarcal, criollo y costeño. Pueden ser estos los límites de nuestra propia realidad; obviamente, no estamos profundizando en críticas decoloniales o antipatriarcales, sino que en este artículo abarcamos todo dentro del factor más superficial del problema. Estamos acusándolo y teniendo en cuenta la necesidad de dejar de apreciar nuestra realidad dentro de los límites invisibles que se convierten en factores tiránicos. Esto nos lleva a observar diversos tipos de discriminaciones epistemológicas y rechazos absolutos a diversos sentires o demandas políticas.
El destino manifiesto de un Estado se construye por sus creencias en su relevancia frente a otros Estados, se mantiene la idea de un futuro mejor en donde la gloria vendrá y se marcan enemigos concretos de la “Nación”. En el Perú, este destino manifiesto es inexistente, no porque este sea un país especial, sino porque el destino manifiesto no existe. El Perú no es más que un nombre que se le ha asignado a un territorio, al cual se le ha creado una historia y se le ha asignado el nombre de “peruanxs” a miles de personas que simplemente estuvieron en este territorio antes de que existiera este nombre. El sentir “nacional” cambia a lo largo del tiempo, pero es irreal pensar que este se adapte a las modificaciones o las propias normas autoimpuestas de lo que se ha constituído como Nación. El Perú no significa nada, porque es un término tan amplio que termina por ser dominado por conceptos represivos. La Nación y la idea de Patria, son estas palabras que nacieron de la necesidad de someter al ser humano, ya no dentro de un parámetro legal, sino dentro de uno epistémico, cultural, sexual, étnico y social.
Es así que, volvemos al primer punto, nuestra estimada Dictadora menciona que hay que conmemorar nuestra Independencia. La independencia de un país que se ha construido en base de injusticias que se han perpetuado mediante el Estado y la Nación. La celebración de un evento que exalta la construcción de una República que tiene un molde impositivo y destructivo.
En conclusión, es importante comprender y entender que la Nación es usada de manera sistemática como una forma de olvidar las diferencias existentes dentro de nuestra sociedad y comprender que las costumbres evolucionan también de forma orgánica. La Nación no permite una verdadera reivindicación de todas las culturas que existen dentro de un solo territorio. Sino que no permite una verdadera concepción de lo diferente dentro del individuo. No permite una construcción adecuada de la persona, ni de sus luchas, ni de sus diferencias, ni de su propia persona libre de un sistema capitalista que intenta homogeneizar a la sociedad. La Nación peruana existe, porque la hacemos existir, el Perú no se “volverá” grande hasta que dejemos atrás este concepto.
Bibliografía:
Goldman, E (1940). Individuo, sociedad y Estado. Biblioteca Anarquista
Vergara, A (2007). Ni amnésicos ni irracionales. Planeta
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