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El dilema electoral peruano, ¿Representación o crisis?

Próximos a las elecciones del 2026, los ciudadanos peruanos nos enfrentamos ante la gran responsabilidad de discriminar entre las múltiples opciones que conforman la nada modesta lista de candidatos a la presidencia del Perú. 

Hasta los últimos días de julio se tenía conocimiento de 43 partidos políticos habilitados para participar en las próximas elecciones generales. Sin embargo, el pasado sábado 2 de agosto a media noche, se concretó  la solicitud para la inscripción de alianzas electorales ante la Dirección Nacional del Registro de Organizaciones Políticas (DNROP). Al respecto, el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) (2025) informa: “En cumplimiento del cronograma electoral, cinco alianzas electorales presentaron…su solicitud de inscripción para participar en las Elecciones Generales 2026, dentro del plazo previsto por la normativa vigente”. En consecuencia, el panorama electoral quedó estructurado por 11 organizaciones políticas conformando 5 alianzas: Unidad Nacional, Alianza Electoral Ahora Nación, Fuerza y Libertad, Venceremos y, Frente de los Trabajadores y Emprendedores, sumándose también 32 partidos políticos inscritos individualmente. 

Si bien ha sido una reducción notable de los partidos individuales que están en contienda, sigue superando en número, y por más de una decena, a los partidos inscritos en las elecciones del 2021, y las pretéritas.


¿Pluralidad o fragmentación? 

32 partidos políticos y 5 alianzas en camino a lograr su inscripción definitiva en el ROP este primero de septiembre, son cifras desconcertantes. No solo por la variopinta lista, sino que deja un sabor insulso, pues a pesar del amplio abanico de opciones, persiste una marcada desconfianza e incluso indiferencia en el electorado peruano. 

Por un lado, se puede decir, siendo incluso benevolentes, que 43 partidos políticos representan sencillamente la pluralidad de pensamiento, modos de hacer política, y el ímpetu por conseguir mayor representación de los intereses de los distintos sectores de la sociedad peruana. Aunque en realidad es incoherente percibirlo así, pues el peruano ha sido timado irrepetibles veces por los que equívocamente hacen llamarse “representantes del pueblo”. Sería altruista apelar a la pluralidad, inalienable, del Perú como razón estructural de las 43 opciones, ¿realmente los partidos representan los intereses y demandas propias del peruano una vez llegado al gobierno? Irrepetibles veces nos han demostrado que nuestra democracia representativa, es representativa para los intereses propios de los que llegan al poder político. El peruano no olvida, el peruano es consciente y objeto del desentendimiento de los políticos. 

Ahora bien,  es preciso también cuestionarnos si la amplia oferta partidaria constituye realmente una expresión de “pluralidad democrática” o si, más bien, hace plausible una debilidad institucional manifiesta en la incapacidad de regular el número de partidos inscritos y consolidar un sistema electoral funcional.

Por otro lado, lo que en efecto figura como un factor concebible como la razón de los 43- ¿acaso partidos políticos? - es la inminente fragmentación y polarización de la política y población peruana. Pocos son los que, fieles, confían en los partidos tradicionales y en general, en cada elección se busca opciones “nuevas” que rara vez consiguen consolidarse en el tiempo. A ello se suma el marcado personalismo político y la práctica extendida del transfuguismo: líderes que se presentan bajo una sigla partidaria, pero la abandonan o instrumentalizan en cuanto se abre una oportunidad de ganancia individual, obligando así al electorado a desplazarse continuamente entre alternativas precarias, y, además, erosionando la cohesión partidaria y reforzando la percepción de que las lealtades políticas responden más a intereses individuales que colectivos. 

En teoría, los partidos deberían expresar la diversidad cultural, ideológica y social del país, pero en el caso peruano, la mayoría se monta sobre este hecho de forma oportunista.  En este contexto, la ciudadanía, fragmentada en su desconfianza, oscila entre el desencanto y el intento de involucrarse en la vida política. Aunque algunos actores buscan formar nuevas organizaciones para ‘tomar cartas en el asunto’, tales esfuerzos suelen verse frustrados, ya sea por un marco institucional restrictivo, por la presencia de dirigentes con serios cuestionamientos legales o por el distanciamiento de quienes, una vez en el poder, abandonan a la ciudadanía. Pareciera que la esfera política, el Congreso  y las salas del Palacio de Gobierno es un fango que mancha hasta las manos más limpias. 


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¿Partidos políticos o cascarones? 

A todo lo anterior, no faltan aquellos que simulan ser partidos políticos cuando en realidad les falta mucho para serlo, ¿tenemos realmente partidos políticos en el Perú? 

Pareciera que pese a los intentos de la democracia por consolidar otra vez un sistema de partidos sólido después de la crisis de los 90, aún no se ha conseguido, es más, todo parece indicar que empeora la situación. En términos de Oñate (2000), un partido político requiere de una “organización formal, de carácter estable y permanente, y territorialmente extendida” así como de “un programa de gobierno con los objetivos a alcanzar, por mínimo o abstracto que sea”. Sin embargo, en el Perú predominan las organizaciones tipo catch-all y los “cascarones” más que partidos políticos consolidados. Un ejemplo podría ser Acción Popular, que mantiene cierta trayectoria histórica, aunque enfrenta serios problemas de cohesión interna, o Alianza para el Progreso (APP), que destaca por su presencia territorial. Aunque incluso estos “partidos políticos” presentan marcadas deficiencias: En relación con la importancia de contar con un programa de gobierno, como menciona Oñate, el APP ha tenido presencia nacional, pero su relevancia política muchas veces depende del liderazgo personalista de Acuña más que de un proyecto partidario sólido; ha mostrado capacidad de adaptarse a distintas coyunturas electorales, pero sus programas de gobierno suelen ser genéricos y poco desarrollados. 

En esa misma línea, los catch-all buscan atraer votantes de manera general, sin un programa ideológico claro, adaptándose a la coyuntura electoral y optando por estrategias electorales a corto plazo, y los cascarones son vehículos efímeros creados para líderes específicos, con escasa o nula militancia, arraigo territorial o proyecto político consistente (Oñate, 2000). Perú Libre durante las elecciones del 2021 ejemplifica cómo muchos partidos en el Perú funcionan más como instrumentos tácticos centrados en líderes que como organizaciones políticas consolidadas y con programas de gobierno limitados. Esto, una vez más, refleja la fragilidad estructural del sistema partidario nacional, y además, traduce fielmente que para la existencia de catch-all y cascarones, debe existir una profunda crisis integral, como lo hay en el Perú. El partido de Castillo fue percibido por sus simpatizantes como el mal menor. Así pues, no sería sorpresa que varias agrupaciones ya inscritas para las elecciones generales del 2026 solo existen para apoyar un candidato específico o crear alianzas temporales. 


Partidos sin democracia 

En suma, es preciso mencionar que a raíz de la crisis de los partidos en el Perú se implementó una serie de reformas, entre ellos, la Reforma de partidos, que como muestra Tuesta (2017) en uno de los gráficos de su informe “Diagnóstico del funcionamiento de la política peruana”, dentro de las organizaciones políticas debe haber democracia interna, es decir, elecciones internas de candidatos. Pese a ello, si se realiza un mapeo general, ni siquiera muy riguroso, se encuentran figuras como Keiko Fujimori, César Acuña, Rafael López Aliaga o Vladimir Cerrón, quienes asumen automáticamente la candidatura de sus partidos. Esto no solo evidencia la ambición personal de estos líderes, sino que también limita las oportunidades para nuevos candidatos y convierte a las organizaciones políticas en estructuras dependientes de un patriarca. De esta manera, la desaparición del líder podría implicar también la inactividad del partido, como ocurrió con Alan García y el APRA.


De la urna al desencanto 

En definitiva, las elecciones pueden analizarse desde diversos ángulos, aunque ninguno resulta del todo alentador. De cara a los comicios generales de 2026, el ciudadano peruano se verá nuevamente ante la disyuntiva de elegir entre organizaciones que, en muchos casos, distan de ser verdaderos partidos políticos consolidados. La proliferación de nuevas agrupaciones, producto de la fragmentación política, refleja más un escenario de debilidad institucional que de auténtica pluralidad democrática. Esta dispersión no solo dificulta la representación efectiva de los intereses ciudadanos, sino que también pone en riesgo la gobernabilidad: el próximo presidente podría llegar al poder sin mayoría parlamentaria ni el respaldo necesario en el Congreso, lo que limitaría su capacidad para implementar políticas y garantizar estabilidad. Así, el ciclo vuelve a repetirse. Frente a esta situación, queda abierta una interrogante crucial: ¿será posible que la población alcance una comprensión ilustrada que permita ejercer un voto realmente responsable?



 
 
 

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