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Autogolpe de Estado: un presidente, un país y muchas contradicciones

Foto del escritor: Michael EncaladaMichael Encalada

Actualizado: 6 abr 2024

“Como presidente de la República, he decidido tomar las siguientes trascendentales medidas: DI-SOL-VER temporalmente el Congreso de la República…” Alberto Fujimori Fujimori, 5 de abril de 1992.


Tanto se ha escrito sobre Alberto Fujimori y el acontecimiento del 5 de abril de 1992, que no sé si tengo algo nuevo que añadir. En un afán de no repetir palabras ya dichas, he aquí una columna de opinión propiamente hecha. 


Transcurría la mañana del 5 de abril de 1992, un día más de crisis política y enfrentamiento entre el Ejecutivo y el Legislativo, como ya bien estamos acostumbrados. Para la ocasión, en cuanto a temas de rupturas del orden constitucional, habían sucedido tantas veces en la historia republicana, que como decía un filósofo peruano: la normalidad eran los golpes de Estado. Entonces, lo que pilla de sorpresa a la clase política, no es que se haya dado un golpe de estado, sino que, un japonesito, que la clase política creía poder controlar, haya sido capaz de semejante acto contra la nación, y la incertidumbre del rumbo que iba a tomar. El acontecimiento es complejo por las múltiples aristas que convergen en ella al mismo tiempo: incertidumbre, miedo y desprecio. 


Dadas esas contradicciones, me gustaría explorar la prehistoria dictatorial tanto del presidente como del país. Es decir, buscar comprender el fenómeno remontándonos a una mirada histórica;  en forma personal, mediante la biografía de una persona, y de manera general, analizando el devenir nacional. Para empezar quiero citar el fragmento de un texto que leí recientemente, Ciudadano Fujimori de Luis Jochamowitz; que usaré extensamente a lo largo de este escrito:


El indulto político traficado por Pedro Pablo Kuczynski [y hecho realidad por Dina Boluarte] no borra lo ocurrido, ni desaparece lo que sabemos y recordamos. Pero, más allá de la eterna lucha de posiciones, habría que decir que Alberto Fujimori es natural e instintivamente dictatorial; es decir, desdeña a los demás, a la manera de un miembro de una minoría; pero también y, sobre todo, de la mayoría de un país autoritario que se desprecia a sí mismo. 


Hoy Fujimori está libre, anda por centros comerciales y se crea un perfil de TikTok como un ciudadano simple y corriente; pero evidentemente, al mismo tiempo, es y no es un ciudadano común y corriente de este país como tantos ciudadanos y ciudadanas comunes y corrientes. Pues bien, las tramas del indulto humanitario que comenzó por obra y gracia de PPK y terminó en la decisión de Dina Boluarte, es compleja y turbia. El asunto es que el expresidente debe purgar condena por todos los delitos que ha cometido durante su gestión, siendo el delito de lesa humanidad, un asunto imborrable de la memoria nacional. El anti fujimorismo no es un odio a Keiko, sino un rechazo y una lucha de un país cansado de la impunidad y el atropello de la ley. El fujimorismo es la forma más clara de la negación del Estado de Derecho, una forma de hacer política marcada por la discrecionalidad. A pesar de ello, Alberto está libre y sano, aunque no hay dudas de que muy pronto volverá a estar en el paraíso carcelario, sea su destino el primero o el segundo, da igual. 


El personaje de Alberto Fujimori es interesante en muchos sentidos. Jochamowitz menciona: 


Sus deméritos y delitos no me ocultan, sin embargo, que se trata de la personalidad política más interesante de las últimas tres décadas. Haciendo cuentas sin ira, encuentro que es un gran trabajador, más aún, es industrioso. Parece más bien, austero, aunque quizá lo sea de puro desabrido. Tiene una inteligencia clara y ordenada, en un tiempo fue muy versátil y rápido, ha sido clarividente a veces, aunque en otras ocasiones su juicio ha resultado desastroso. Con todo, es más de lo que se puede decir de la mayoría de sus rivales. 


Estas afirmaciones nos abren paso al terreno de la biografía. Un camino que unos idolatran y veneran, y muchos temen ingresar y, lamentablemente, emiten opiniones políticas desde cierta ignorancia camuflada. Yo soy fiel creyente de lo siguiente: explorar la vida personal y biográfica de la persona detrás del político es esencial para entender mejor la política. Cuidadano Fujimori, de Luis Jochamowitz, publicado por primera vez en 1992, cuando no se sabía nada de este personaje, y reeditado sin modificaciones en 2018; es un intento vivo y sincero de mostrar esa realidad olvidada. La elección de la portada es muy acertada porque muestra a un niño gordito, que se parece a Po de Kung-Fu panda; un niño intimidado por el lente de la cámara en la década de 1940. Es muy distinto pensar en los crímenes y actos deshumanos de Fujimori, y ver a este Fujimori pequeñito, indefenso; que nos da más ternura que desprecio (aunque siempre habrá quienes desprecien también a los niños, por ser estos de un origen social o racial inferior). El hecho es que, el Fujimori pequeñito, me recuerda a un poema de Vallejo, pronunciado por el ex-presidente Francisco Sagasti (el mejor de los últimos 20 años, todo por ser morado) en su mensaje de investidura presidencial: 


Considerando en frío, imparcialmente,

que el hombre es triste, tose y, sin embargo,

se complace en su pecho colorado;

que lo único que hace es componerse

de días;

que es lóbrego mamífero y se peina...

Comprendiendo

que él sabe que le quiero,

que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente...


Considerando sus documentos generales

y mirando con lentes aquel certificado

que prueba que nació muy pequeñito...


le hago una seña,

viene,

y le doy un abrazo, emocionado.

¡Qué más da! Emocionado... Emocionado...


Cuánta humanidad en nuestro poeta universal; humanidad que siempre debemos recordar, especialmente cuando las disputas y enredos políticos nos hacen olvidar, cuando no cultivamos valores democráticos en una sociedad plural. Volviendo al tema de Fujimori, lo cierto en todo esto es que, al igual que tantos otros en este país, tiene una historia de migración. Hijo de padres japoneses que creyeron en la posibilidad de hacer una vida en este país, es ante todo un ciudadano peruano. Pero ni eso, pues en las postrimerías de la polarizada elección de 1990, que disputaba al peruano más célebre y conocido en el mundo, el premio Nobel, Mario Vargas Llosa, hoy de ciudadanía española y con título de Marqués; frente a la "ratita amarilla", un desconocido profesor de matemáticas con voz muy aguda que se vestía con chulos y recorría el país sobre un tractor. En esa elección, muchos dudaron de su nacionalidad, tantos dudaron de si era peruano; como hace poco hicieron con el ciudadano Pedro Castillo, y le negaron los votos a miles de pobres e ignorantes masas indias. Pues así parece suceder, que la ciudadanía se nos es negada a los otros de la historia, a los olvidados, a los nadies. Es entonces que cobra mucho sentido cuando se dice que Alberto es dictatorial porque “desdeña a los demás, a la manera de un miembro de una minoría”. La trayectoria de vida de los japoneses en el Perú ha sido una aventura difícil, como lo van mostrando recientes e interesantes estudios sobre la comunidad Nikkei. Aunque, queda resaltar que, como siempre sucede lamentablemente; Fujimori ha usado políticamente el tema de su origen para legitimarse como estatista; y curiosamente, en su postulación al parlamento japonés tras renunciar por fax a la presidencia. O sea, realiza un uso político de sus orígenes, según le convenga y el contexto amerite. Pero, una realidad es innegable, somos un país que odia a los migrantes, a pesar de que todos somos migrantes; ello es una cruel realidad viva en el caso de nuestros hermanos y hermanas que huyen de Venezuela y creen en la posibilidad de este país. De manera general, esta situación ha generado un sentimiento de protección comunitaria, de aislamiento social en los grupos minoritarios; a tal punto que se ha desarrollado un sentimiento de desdén por los demás, un odio a la mayoría. He ahí la consecuencia de vivir en un país multicultural y plurilingüe, pero excluyente y violento con la carne cultural. 


Lo interesante de esta aventura, es que, solo en esa exploración biográfica podemos encontrar la génesis del político autoritario. Desde su experiencia en las aulas de la Universidad Nacional Agraria La Molina, se podía ver a la personalidad autoritaria. Jochamowitz relata que su “dominio [en el campus] llegó a ser absoluto: una sombra sobre cuanto se hiciese o dijese en La Molina”. Entonces, cuando llegó al poder, no se podía esperar otra cosa, no pequemos de ingenuos: elegimos a un dictador en las urnas. En jerga politológica sería un caso de autoritarismo competitivo; y citando el libro Cómo mueren las democracia de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, podemos decir que lo mismo sucedió en otros lugares. Elegir a un dictador en democracia es muy común; así lo hicieron los alemanes al votar por Hitler, los venezolanos cuando optaron por Hugo Chávez, como los salvadoreños que confiaron en Bukele, y seguramente los argentinos que confiaron en el profeta libertario Milei. Nosotros estamos condenados a elegir a un político que claramente presenta rasgos autoritarios en el proceso electoral, y creemos ingenuamente que será un demócrata. Disclaimer, modo serio y en broma: no tengo dudas de que Antauro Humala se presentará a las siguientes elecciones, en 2026 o tal vez antes si Dina cae por los Rolex; y seguramente el etnocacerista triunfará, pues yo confieso que le daré mi voto si es que no se presenta una alternativa viable desde el Partido Morado o Lo Justo.


Volviendo, por segunda vez, a Fujimori, es importante subrayar una reflexión sobre el país, un acápite sobre la nación autoritaria. En está sección diré con certeza que estoy parado en hombros de gigantes. Ya el historiador Alberto Flores Galindo advertía en su libro La Tradición Autoritaria que: 


Hay que repensar la democracia en el Perú. A su vez, la democracia exige repensar a la sociedad y a cualquier proyecto alternativo en su conjunto. En un país de extrema miseria es una cita subversiva. Democratizar el Perú significaría construir otro tipo de relaciones sociales y otra forma de organizar el poder. La democracia exige la revolución social. Esto es así no sólo porque existe pobreza y miseria, sino sobre todo porque cada vez se admite menos la desigualdad.


Asimismo, las reflexiones del más grande referente para las ciencias sociales peruanas y latinoamericanas, Julio Cotler, giraron en torno al autoritarismo. Su texto La tentación autoritaria es una recopilación de trabajos que escribió a lo largo de varias décadas, reflejando su compromiso con la defensa de la democracia y su profunda reflexión sobre el sistema político peruano. Estos escritos no solo son una guía para entender la situación actual del Perú, sino también una advertencia sobre lo que podría suceder en el futuro; predica José Luis Rénique, responsable de la edición de las Obras Escogidas. Cotler mencionaba que si hay algo que los peruanos necesitamos es una guía para entender cómo es que a lo largo de la República una proporción muy significativa de dicho periodo ha tenido que bregar con el tema del autoritarismo. Siempre hemos vivido en épocas de un endurecimiento del sistema político, una hipercentralización de las decisiones, el brillo de figuras caudillistas; todos ellos, instituciones que se imponen por sobre la sociedad y por sobre los arreglos constitucionales para imponer su voluntad individual o grupal. 


Por último, el politólogo más importante de nuestro tiempo, mi más admirado y alter ego, Alberto Vergara, también ha dicho que la democracia peruana se muere. Pero diagnosticar la enfermedad que la está matando es difícil porque las democracias suelen sucumbir ante tiranos formidables, mientras que la peruana está muriendo de insignificancia. Pero el autor, en su libro Ciudadanos sin República, muestra esperanzas de una ciudadanía democrática y nos dice que: 


una coalición de políticos ligeros e intereses tóxicos intenta secuestrar la república. Si llegaran a tener éxito mereceríamos padecerlos. Pero me inclino a pensar que no será así. La ciudadanía movilizada, la prensa, la presión internacional y los bolsones saludables de institucionalidad, lo impedirán. Más aún: confío en la mediocridad política del bando vacador. Sin embargo, más allá del episodio concreto, es importante entender que, si no se realizan reformas, a esta coalición contraria a los principios de la república, le seguirán otras.


Eso deja entrever, que como ciudadanía, tenemos una deuda pendiente con la promesa republicana. La defensa de los valores democráticos reposa en cada uno de los ciudadanos. Solo un recordar: no es sorpresa que el llamado autogolpe fue apoyado por las Fuerzas Armadas, tuvo un inmediato respaldo popular: 80% de peruanos aplaudieron esta decisión, luego de estar hastiados de una década de violencia y crisis económica, desilusionados por el fracaso de las élites de los partidos políticos al no haber podido resolverlas (Jo-Marie Burt, 2007). Asimismo, a pesar de cierta controversia, después de ser aprobada por el 52.33 % de los votantes, la nueva Constitución fue promulgada y está vigente hasta hoy. En la última encuesta de IPSOS (2024), muchos peruanos valoran la libertad de expresión y la ley, pero estarían dispuestos a ignorar la democracia si un gobierno resuelve los problemas del país: dos tercios de los peruanos creen que un líder fuerte y autoritario podría ser la solución a los problemas del país. 


A pesar de las cifras alarmantes, en los últimos años hemos visto el florecer de una ciudadanía joven y democrática: jóvenes del Bicentenario, de clase media y urbana, que defienden y expresan los valores democráticos. Las protestas exitosas de noviembre de 2020 contra el rapaz intento de una ala conservadora por tomar el poder, lo demuestran. Aunque luego el movimiento no terminó por proponer una opción democrática en las elecciones del 2021, y mostró su indiferencia por las protestas de indios y cholos que reclamaban por su derechos y perdieron a 60 de los suyos a fines de 2022. Y quiero mencionar que el país autoritario no lo conforman esa masa de votantes ignorantes, sino que el país autoritario somos nosotros, jóvenes universitarios, y no nos damos cuenta. Culpamos de nuestros errores desmesurados a un país, un colectivo construido socialmente, que en realidad no existe. En cada una de nuestros actos y no-actos, en lo que decimos y no-decimos (es mucho menos en nuestras palabras) destilamos autoritarismo, como el veneno de una serpiente que salpica nuestras vidas. No sé cuál es la solución, pero debemos empezar por reconocerlo. 


Aunque debí empezar con esta sección, quiero terminar diciendo que siempre me ha causado extrañeza el término "autogolpe". Lo entiendo superficialmente como un daño infligido voluntariamente contra uno mismo. Aunque la definición más estándar de la RAE condena:  De auto y golpe. Violación de la legalidad vigente en un país por parte de quien está en el poder, para afianzarse en él. No tengo información de que esa palabra existiera antes del 5 de abril de 1992, pero no me sorprendería que lo hayamos creado los peruanos, tan creativos y particulares siempre. Al final de tantas letras, no queda claro cuál es la naturaleza del evento del 5 de abril, perdón por no satisfacer las expectativas generadas con este texto. Aún me quedo con la duda: ¿el autogolpe lo realizó solamente un político autoritario como Alberto Fujimori o fue el acto fatídico de un país antidemocrático que se odia a sí mismo? Cada uno tendrá su propia respuesta. 


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Quiero hacer un paréntesis a modo de cierre para mencionar cómo llegó este libro, Ciudadano Fujimori, a mi vida; y  contar el génesis de este texto. He decidido incluir esta sección porque lo considero importante para mi. 


El presidente de la asociación LCP, Renato Escobedo, líder de la plataforma donde será publicado este texto, en representación de la organización, me lo obsequió el día de mi cumpleaños. Quiero creer que lo hizo sabiendo que pronto publicaría estás líneas como invitado externo. Y aprovecho para agradecer a LCP la grata oportunidad de haberme permitido escribir y publicar varios de mis artículos en mis primeros años de la universidad, tengo el orgullo de ser su exdirector en la comisión de Comunicaciones del que tengo tanto cariño por mis comisionados y comisionadas, que ahora ocupan los cargos de dirección y harán muy pronto de esta asociación la más grande de Estudios Generales Letras.


Agradezco la oportunidad a Politai, la mejor revista de Ciencia Política, autogestionada por estudiantes; del que formó parte y me siento orgulloso como estudiante de Ciencia Política y Gobierno. Siento que un gran peso carga sobre ti al ser parte de Politai, y creo llevarlo con mucho coraje y valor. La directora de la comisión de Investigaciones, Margareth Rodríguez, me asignó aleatoriamente esta fecha, 5 de abril, y nunca había amado tanto al destino. Les invito, como yo lo hice con este texto, también a mandar sus columnas de opinión a Politai. 


Agradezco a la nueva asociación interdisciplinaria, autogestionada por estudiantes y creada para estudiantes, el Laboratorio de Estudios Sociales (LES); que me dió la oportunidad de empezar con la publicación de la sección: Columnas de Opinión. Saludo a la mente maestra detrás de esta iniciativa, Fer Tejada; a la increíble directora de la comisión de Investigación Académica, Ivanna Meza; y a cada una de las personitas que sacrificaron su verano para sacar adelante este proyecto. Les invito a estar atento a nuestro trabajo mediante redes sociales: @les.pucp


Te agradezco a ti, lector/a/e, por llegar hasta aquí. 



Referencias bibliográficas


Luis Jochamowitz (2018[1992]). Ciudadano Fujimori. Planeta. 


Burt, J. M. (2006). Jugando a la política con el terror: el caso del Perú de Fujimori. Debates en Sociología, (31), 27-54.


IPSOS (2024). Encuesta: Percepciones sobre la Democracia y Crisis Política en el Perú 2024. 


Alberto Vergara (2020). La democracia peruana agoniza. New York Times. 


Julio Cotler (2023). La tentación autoritaria. Volumen 3, Obras Escogidas. IEP. 


José Luis Rénique (2024). "Vacunado contra el autoritarismo": La obra de Julio Cotler y su legado en el análisis político peruano. La Mula. 


Alberto Flores Galindo (1999). La tradición autoritaria: violencia y democracia en el Perú. APRODEH.


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