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A propósito de los Premios Óscar: la Historia Oficial de Luis Puenzo

Foto del escritor: Renato EscobedoRenato Escobedo
En el país de "no me acuerdo"
Doy tres pasitos y me pierdo...
María Elena Walsh


No es un secreto que, desde la concepción del séptimo arte, el cine argentino fue uno de los países que mejor desarrolló la industria cinematográfica. Pues, recibió el invento de los Lumiere, el cinematógrafo, casi en paralelo con los países del mundo occidental. Por ello y por el soporte del Estado, el cual dotó de recursos logísticos al Cine argentino, se le considera como uno de los pilares fundamentales del Cine en la región latinoamericana. Este país, al igual que los países de occidente y Estados Unidos, ostentó épocas y estilos de construcción cinematográfica, también tuvo épocas propias en las cuales se desarrolló el Cine mudo, el Cine clásico e, incluso, tuvieron una Nueva Ola argentina. Sin embargo, estas se vieron opacadas y censuradas por un fenómeno sociopolítico que trastocó a la sociedad argentina: las dictaduras cívico-militares. El llamado “Proceso de la Reorganización Nacional” surgió durante un periodo en la segunda mitad del siglo XX, 1976 a 1983, y fue una etapa donde los militares coparon el poder político. En un principio, los militares pretendían dar orden a la sociedad argentina y menguar las agencias revolucionarias en el país; sin embargo, este periodo se caracterizó por las prácticas de violencia y recorte de libertades a la población por parte de los militares (Seoane & Muleiro 2001). La tortura, la persecución política, la desaparición de disidentes y el secuestro de infantes fue el estandarte de una dictadura que mató y envió al exilio a miles de argentinos. Es así que el mundo del cine no fue ajeno a las consecuencias violentas del régimen, pues muchos directores y actores salieron de su país con el único fin de preservar su vida.


Las dictaduras perecen por el asedio de un pueblo que no soporta el despotismo de un Leviatán. Así, el pueblo argentino a mediados de los 80's retornó a la democracia y, consecuentemente, el desarrollo cinematográfico renació en el país gaucho. Sin embargo, al finalizar un proceso tan traumático para una sociedad, la herida causada por una dictadura perturbó el pensamiento del país (Ledgard 2018). Aquí nace la necesidad, una necesidad artística, de poder contar lo que pasó durante ese periodo. De este modo, se busca una condena moral hacia los actos atroces de los militares que, muchos quizá, no pudieron vislumbrar. El cine argentino condenó a la dictadura con películas memorables como Los Rubios (Carri 2003) o El Secreto de sus ojos (Campanella 2009), pero una de las películas más sugerentes – por su filmación durante la dictadura y las potenciales represalias en contra del director y actores– fue la Historia oficial de Luis Puenzo, film que tiene entre sus distinsiones ser la primera película Latinoamérica en haber ganado un Óscar. De este film se dice mucho, cuestiones como el riesgo de grabar la película en plena dictadura teniendo como centro una crítica al gobierno, o se habla de amenazas directas en contra de Norma Aleandro; sin embargo, lo que realmente llama la atención es la construcción de sus personajes, quienes son los encargados de contarnos la historia, pero al mismo tiempo tienen la responsabilidad de contarnos sobre las atrocidades de un régimen dictatorial de un modo particular. Bajo esta premisa, la metamorfosis que experimenta el personaje de Norma Aleandro, Alicia Meret, merece una atención particular para evaluar la película.


La historia oficial es una película sencilla y, en cierta medida, cumple con los estándares establecidos por la filmografía clásica; sin embargo, un aspecto que llama imperiosamente la atención es la forma de contar la etapa dictatorial a lo largo del film. En esencia, el relato trata sobre la vida de una pareja bastante adulta con una hija adoptada, la cual aparentemente habría sido captada por intermedio de la dictadura para dársela en adopción a los esposos. El marido, Roberto, es un empresario que trabaja con la dictadura y teje su fortuna a través de esta y, por ello, en el transcurso de la historia, su mujer, Alicia, va descubriendo cómo su hija, Gabi, llegó a su hogar. Lo peculiar de esta historia es que no muestra físicamente las atrocidades del régimen, pues los relatos son los que cuentan lo que aconteció durante esa etapa. No se muestra una tortura a la mamá de Gaby, por ejemplo, tampoco se muestra la paliza que recibió Ana por la aparente culpa de salir con un agente subversivo, pero sí se presenta un diálogo que hace entender al espectador que esas acciones ocurrieron en el pasado.


El personaje que más llama la atención de esta historia es Alicia quien es, en cierta medida, el conducto de la película. La presentan como una acomodada madre que se dedica, casi por vocación, a la labor docente de historia en un colegio público. En las primeras escenas se muestra a una Alicia en un ambiente de certezas y un mundo que se podría prefigurar como “feliz”. Sin embargo, al trascurrir el relato se nota la transformación del personaje de Alicia, pues las dudas a raíz de la forma cómo Gaby llegó a su hogar se van incrementando. Alicia acepta, en cierta medida, que la llegada de Gaby a su hogar fue una coincidencia y una bendición que salvó a esa niña de un orfanato porque estaba en abandono, pero este relato, que dicho sea de paso es construido por Roberto, se va diluyendo.


Alicia aparentemente no había vivido una experiencia terrorífica a partir de la iniciativa del régimen y, consecuentemente, desconocía de primera mano lo que el régimen perpetró. Ella se mostraba indiferente a las noticias y testimonios, en un inicio, pero la aparición/reencuentro con Ana, su amiga de infancia, comenzó a cuestionar tal preconcepción y, también, acrecentó la curiosidad del origen de su hija, Gaby. Ana contó su vivencia con el régimen. En medio de llantos y una borrachera comentó que fue apresada y torturada de manera injusta, por el simple hecho de haber mantenido una relación con un aparente agente subversivo. Alicia quedó sorprendida con el relato de su amiga y sus dudas se acrecentaban, pues desconfiaba más de la versión de su marido y tenía en mente emprender una búsqueda del verdadero origen de Gaby.


Para Alicia resultaba difícil no pensar en Gaby y lo terrible que pudo ser su llegada a las manos de su esposo. Esto debido a que Alicia se veía confrontada con una realidad que le increpaba implícitamente en cualquier ámbito de su vida. En el ámbito amical Ana le dio el remezón, pero en el ámbito laboral los alumnos cuestionaban su forma de enseñar y un colega suyo, el profesor Benítez, discrepaba de su forma de ver la realidad. El vivo retrato de esta situación lo personifica un estudiante de su salón quien responde al nombre de Costa y quien siempre se muestra crítico ante lo que enseña Alicia, incluso le llega a decir que “la historia la escriben los asesinos”. También, en el ámbito familiar es cuestionada, quizá no directamente, pero cuando va a casa de su suegro, un anarquista de izquierdas, se da cuenta que para ella existe un mundo ajeno. Pues el suegro, al igual que la mayoría de los argentinos, se muestra crítico con el gobierno y, sobre todo, con su hijo, Roberto, quien en su percepción es un empresario que se colude con el régimen y hace fortuna a pesar del sufrimiento del pueblo.


Es imposible que el personaje de Alicia se muestre ajena ante una realidad que la agobia a cada momento. Potencialmente el conflicto principal de Alicia tenga que ver con la búsqueda de la verdad sobre el origen de su hija adoptiva, Gaby; sin embargo, desentrañar la verdad sobre Gaby es también una forma de sumergirse sobre un país en tinieblas que la propia Alicia se rehusaba a reconocer. Pues la indiferencia o quizá el impulso de no conocer son patentes, pero la historia va permeando la personalidad de Alicia quien se muestra dispuesta a cambiar esa forma de ver el mundo y a conocer la verdad. Este proceso, sin duda, es complicado para Alicia y las consecuencias se hacen visibles a través del film, pues la profesora de historia cada vez presenta un semblante más desgastado y una apariencia más desorganizada. Su pelo, por ejemplo, va desorganizándose a lo largo de la historia y cada vez se nota más suelto. Además, Alicia va cambiando su actitud frente a la realidad, pues comienza fiel a sus convicciones y termina valorando las expresiones de los diferentes. Un ejemplo memorable de esto es la relación distante con Benítez, en un primer momento, y luego la amistosa relación que tiene con su colega. Pues Benítez es aquel profesor de Literatura disidente, de izquierda, que repele a la dictadura militar de derechas que gobierna el país, con el cual Alicia marca distancia inicialmente, pero luego es con quien se toma un café y con quien conversa sobre las noticias que alarman en las portadas de los periódicos.


La metamorfosis de Alicia ineludiblemente llevó a que aquella señora de clase media-alta acomodada cambie la forma de enfrentar la realidad argentina y la realidad de la niña que tenía en casa. Los cuestionamientos que se mencionaron condujeron a Alicia a emprender una búsqueda sobre la verdad de su hija adoptiva, pues cada vez se encontraba más en las antípodas del relato de Roberto, su marido. La búsqueda la llevó a encontrar una potencial respuesta, pues supo sobre una señora que probablemente era la abuela de Gaby. Para el personaje de Alicia fue difícil conciliar esa idea, pero lo aceptó e incluso llevó a la señora para que conociese a su marido y confirmase una realidad. Sin embargo, Roberto con la intransigencia y la ira de un dictador echó de su casa a un disidente, a alguien que cuestionaba su verdad: la posible abuela de Gaby. Roberto se negó a escuchar el testimonio de una argentina que perdió a su hija y tiene una nieta desaparecida. Para el personaje de Alicia este fue un síntoma más de que había encontrado la verdad y que a quien tenía en casa era parte del problema. Esto se confirma con la escena final, pues es una oda al descubrimiento de la realidad argentina y a la historia del origen de Gaby. Aquí, el despotismo del marido -ante la ironía de Alicia que alude al dolor de no saber dónde está un hijo- se hace patente con el maltrato hacia su esposa, a quien la golpea y le tritura las manos en la puerta.


Por todo lo suscrito se puede decir que – esencialmente – el personaje de Alicia enmarca una metáfora sobre el conocimiento de una realidad ajena. La primera realidad por desentrañar tiene que ver con Gaby, evidentemente, pero la gran realidad a descubrir es la realidad de un país: Argentina. Aquella gran realidad tiene que ver con un contexto social convulso que muchas veces es invisibilizado por quienes ostentan los beneficios del régimen. En esencia, Alicia es indiferente a la tortura, el maltrato y las acciones violentas de la dictadura, pero es la vida misma quien pone a Gaby en su camino para que esta niña sea el vehículo del descubrimiento de las atrocidades que alguna vez se cometieron en el país de no me acuerdo.

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Referencias bibliográficas


SEOANE, María & MULEIRO, Vicente

2001 El dictador: la historia secreta y pública de Jorge Rafael Videla. Buenos Aires: Editorial Sudamérica.


LEDGARD, Melvin

2018“El fin de la dictadura argentina, la vuelta a la democracia y un premio Óscar”. Una incursión por la historia del cine latinoamericano. Lima: Fondo de Cultura Económica.


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